lunes, 12 de mayo de 2014

Bonus track: La vuelta, los traficantes, el micro eterno y una breve disquisición final

Como una jugada maestra de El Sistema, como una demostración de que sólo nos dejó escapar por un tiempo (tiempito, si uno lo pone realmente en perspectiva), el destino quiso que nuestro regreso arrancara un lunes y, por lo tanto, que el último día del viaje fuera domingo. Para que recordemos la existencia de aquella olvidada angustia dominical. ¡Oh, cruel sistema!
Ese lunes, nos fuimos temprano hacia la terminal ya que, supuestamente, a las nueve salía un micro directo a Guayaquil. Por suerte, no habíamos sacado pasajes, ya que a las nueve y veinte no solo no había micro, sino que la oficina todavía estaba cerrada. Gracias a La Chica Que Vende Comida En La Terminal, nos enteramos que ese micro no salía (muy serio todo), así que nos tomamos uno a Ambato, desde donde salen a cada rato para Guayaquil. Obviaron decirnos que nos dejaban en una rotonda y no en la terminal desde donde salen, pero ya a esta altura es anecdótico.
Tras esperar un rato nos subimos a un micro lleno, al punto que una española viajó sentada en una banqueta durante cuarenta minutos, hasta que se quejó y la dejaron sentarse con los conductores.
En este viaje, fue en el primero (y único) en el que cumplieron con “Cine sobre ruedas”, un interesante proyecto para promocionar el cine nacional, por el que en todos los micros interprovinciales deben pasar películas Ecuatorianas. La única contra es que nos pasaron una de principios de los ochenta (“Dos para el camino”), de esas que una de las figuras principales aprovechaba para cantar en el medio y con un humor bastante básico, pero al parecer un clásico de por allá.
Cuando hicimos la primera parada para comer y demás, noté que mi compañero de asiento se quedaba cerca de la bodega del micro, y al acercarme vi que había varias jaulas con perros dormidos.
Siete horas después, cuando estábamos entrando a Guayaquil, mi compañero levantó su mochila y vi que abajo del asiento tenía otra jaula con más perros dormidos, seguramente con alguna pastela ya que no hicieron ruido en todo el viaje.
Antes de bajarse, uno de sus acompañantes recibió un llamado al que contestó: “Esperame abajo del puente”. A los minutos, el micro paró bajo un puente y los tres se bajaron con las jaulas. Turbio, por lo menos.
Al llegar a Guayaquil, averiguamos de algún micro que fuera para Lima pero el único que conseguimos salía al otro día, así que, previo llamado, nos fuimos a lo de Jorge, el couch de nuestro paso previo.
Esa noche, nos fuimos los tres al cine. Como si no hubiéramos tenido suficiente religión en el viaje, decidimos ver “Noé”, atraídos por la versión en 3D y su director, el rebuscado Darren Aronofsky. Pero, El Sistema tenía que aparecer y la única versión que daban era doblada (ese flagelo).
Lo interesante de la película, además del 3D que es impecable, es que se centra en la psicología de Noé, en la locura que le genera, mostrándolo por momentos como un fanático enceguecido, saber que va a dejar morir a millones de personas, pero que a la vez se siente obligado a hacerlo.
Después de la película, nos quedamos tomando unas cervezas (nos habían quedado pendientes de la pasada anterior), escuchando música (con Fito como artista principal), y tocando la guitarra hasta altas horas.
Al otro día, arrancamos para Lima. Éste viaje (son unas 27 horas) fue casi un cine continuado, lo que lo hizo muy ameno. Cuando estábamos llegando, nos comunicamos con Henry, que también nos volvió a alojar amablemente.
Mientras esperábamos en la terminal para arreglar nuestro viaje de Lima a Buenos Aires, recibí un mensaje de Gerchi, uno de los doce apóstoles (¿me convencieron?) de mi grupo de amigos del barrio, que me decía que estaba en Lima (igual, somos doce. Todavía no tenemos un Jesús, aunque sí un carpintero). Así que, esa noche, nos fuimos con Henry para lo de Gerchi. Llegamos justo para ver como San Lorenzo ganaba por penales y pasaba a cuartos de la Copa Libertadores. Parecía que en este tiempo el mundo había cambiado. San Lorenzo peleando la Copa Libertadores y Gimnasia de La Plata puntero del campeonato, ¿estábamos realmente en nuestro universo o de tanto viaje nos habíamos pasado a un universo paralelo?
Esa noche, comimos una Pizza Hut, de la que puedo confirmar que no está al nivel de las nuestras, mientras tomamos un vino argentino que llevó Henry, como para que empecemos a sentir el sabor de la vuelta.
Al día siguiente, aprovechamos para descansar y estar lo máximo posible en posición horizontal, ya que solo habíamos conseguido un micro Semi Cama, y, en los próximos tres días, dicha posición iba a quedar en el olvido.
Al subir al micro, en vez de recibir una bienvenida, nos dieron una catarata de órdenes y restricciones, entre las cuales la que más se repetía era que el baño era sólo para uso urinario. Cuando vimos a quien hablaba, entendimos por qué tantas órdenes. Su bigote delataba un cierto aprecio por las prácticas represivas.
El viaje, contra todo lo que temíamos, fue muy llevadero y se pasó bastante rápido. Fue como convertirse por tres días en las personas del mundo al que va Wall-E en busca de Eva: nuestra (casi) única ocupación era mirar la pantalla para pasar el tiempo. Claro que los momentos más duros fueron por la noche. La primera se pasó tranquila, pero las otras dos ya no sabía cómo ponerme para dormir. Encima, la segunda no prendieron la calefacción, y cuando llegamos a la altura (unos 4000 metros) en plena noche, el frío se hizo insoportable. Por suerte, en un momento pasó uno de los choferes y La Patrona, semi dormida, le rogó que la prendan.
Estas incomodidades ayudaron a que, en un viaje del que no había muchas ganas de volver, de repente, necesitáramos llegar. Y un día llegamos.
Claro que El Sistema volvió a intentar hacerse presente de formar perversa y logró que el día de nuestra llegada también fuera un domingo. Lo que no tuvo en cuenta es que en mi nueva condición de desempleado, el domingo no es tan (tampoco voy a hacerme el superado) terrible, y menos si justo ese día All Boys desciende (¡Qué bien me recibió Floresta!).
¿Y ahora? ¿Cómo se sigue después de un viaje así? ¿Cómo se vuelve a la vida “normal” y, sobre todo, sedentaria?
Lo bueno es que en este viaje volví a confirmar que, a pesar de haber conocido tantos lugares increíbles, por varios motivos (familia, amigos, El Bohemio, Otra Vuelta y que es una ciudad increíble, por decir algunos) sigo eligiendo Buenos Aires como lugar para vivir. Al menos por ahora. Diría Borges: “¿Quiere todo esto decir que, más allá de mi voluntad y de mi conciencia, soy irreparablemente, incomprensiblemente porteño?” (“Los Sueños”).
Pero también, me convencí de que Bradbury tenía razón en el cuento que bautizó este blog, que uno puede vivir feliz, perfecta y tranquilamente ajeno a lo que muchos consideran “El Mundo”. Y ser consciente de eso, cambia todo, es empezar otro viaje (ojo Claudio María Domínguez que voy por vos). Veremos que pasa…

"Él le llamó aceptación a ese llanto sin consuelo, y desde ahí transformó la rigidez del miedo, cruel y paralizador en impulso motor. Él le llamó plenitud a esa risa a carcajada y desde ahí la virtud de vivir libre o nada creció como un alud. Eligió ver la luz."
("Hasta acá nos ayudó dios", de Las Pastillas Del Abuelo)

martes, 6 de mayo de 2014

Baños, Cocoon y la vuelta del mate cocido

Para llegar a Baños nos toparnos nuevamente con Los Mentirosos De La Boletería que, para ser sincero y más abarcativos, deberían llamarse Los Mentirosos Que Trabajan Con El Turismo.
Nos fuimos cerca del mediodía, ya que nos dijeron: “Salen cada 40 minutos micros directo para allá y tendrán una hora de viaje”. Por supuesto, la realidad fue otra. No existen micros directos desde Latacunga a Baños, por lo que hay que pasar si o si por Ambato. Y hasta ahí, ya hay una hora de viaje.
A llegar a Ambato, un policía de la terminal nos dijo: “De acá no salen micros a Baños, tienen que ir hasta Nombre Que No Recuerdo”. Sin hacerle caso, entré a la terminal y encontré una agencia que decía ir a Baños. Le pregunté al Mentiroso De La Boletería, un hombre muy poco amable, que balbuceó de mala gana: “Yo no vendo pasajes a Baños. Tenés que hablar con el chofer”. Al salir, hablé con un chofer de un micro que rezaba en su inscripción “Baños” y me contestó que le dé un minuto, que debía hablar con su jefe. Finalmente, el jefe dio su visto bueno y arrancamos para allá. Una hora más de viaje. Cabe aclarar que Baños es uno de los destinos más turísticos de Ecuador.
Llegamos a Baños y nos tomamos un taxi para lo de Juan, quien nos iba a alojar. Luego de una charla donde nos dejó bien claro su prohibiciones (al parecer estaba bastante enojado porque otros a los que estaba hospedando le dejaron la puerta abierta), nos mostró de que manera teníamos que entrar a la casa. Primero por un pasillo oculto y después por la puerta del perro. Un método poco ortodoxo.
Después nos fuimos al centro a encontrarnos con Vir, amiga de La Patrona, con la que coincidíamos los días en Baños y, dato importantísimo, la que nos proveyó de una dosis extra de mate cocido.
Esa tarde/noche fuimos a unas termas nocturnas al aire libre. Lindo lugar con la única contra de que había mucha gente y, sobre todo, muchos niños correteándose y tirándose a las piletas. Además, de que uno se siente en Cocoon. Encima, la primera a la que nos metimos parece que era la preferida de los niños, que de a poco la fueron copando, eliminando toda chance de relax del resto.
A medida que íbamos cambiando hacia las piletas más calurosas, la densidad de niños bajaba (pequeña victoria) pero, claro, en esas no se puede estar tanto tiempo.
Cuando volvimos, nos quedamos hablando un buen rato con Juan (otro fanático de Fito) y, para hacerle honor a la entrega de Vir, cenamos galletitas con mate cocido (es cierto que estábamos bastante cansados también y con pocas ganas de cocinar).
Al otro día, después de almorzar Llapingachos, plato típico de Ecuador, que consta de una tortilla frita de papas y queso acompañada de chorizo, huevo frito, salchicha y ensalada (para mantener la línea), alquilamos unas bicis y arrancamos a hacer el recorrido de las cascadas. Hermoso camino (todo en bajada) y en el que se pasea por todos los alrededores del pueblo.
En el medio, hicimos una parada para arriesgar nuestra vida en el Canopy. Éste pasaba por arriba de la primera cascada. Como se podían tirar dos a la vez (cada uno en el suyo), mostré nuevamente mi caballerosidad, y dejé que vayan La Patrona y Vir en el primer turno. Pero cuando la estaban colgando, La Patrona, al grito de “me arrepentí. No voy. Bajame”, desertó mientras que Vir, semi colgada boca abajo, peleaba para que la dejen ir sentada.
Finalmente, nos tiramos Vir y yo, ambos sentados, y a los segundos de haber arrancado, contra todo temor previo, notamos que era un juego de niños. Es más adrenalínico salir de la Isla Maciel después de una victoria (hablo de fútbol, ¡eh! Había una época en que se podía ir a ver a tu equipo de visitante).
El recorrido en bici nos llevó unas tres horas en total y terminó en la cascada “Pailón del diablo”, en la que podés pararte, prácticamente, atrás, para ver toda su fuerza.
A la vuelta, al ser todo en subida, tenés la chance de que te suban en camioneta. Obvio que fue la opción elegida.
Esa tarde, nos quedamos recorriendo el pueblo, merienda de por medio, donde me arriesgué a tomar un chocolate blanco, que a la vista parece un vaso de leche, otro de mis enemigos blancos. Si bien estaba bueno, la idea del vaso de leche me quedó rondando en la cabeza por largo tiempo.
A la noche, fuimos a comer y, como nos habíamos cuidado al mediodía, ellas compartieron un “Papi Gorda”, plato que incluye papas fritas, huevos fritos, salchicha, hamburguesa (sin pan) y ensalada, y yo una hamburguesa (la mía con pan, como debe ser) completa con fritas. Todo bien sano.
Cuando llegamos a la casa esa noche y metí la mano para abrir la puerta en una traba que estaba en el piso, un alacrán salió a mi encuentro a milímetros de mis dedos. Esto tuvo más vértigo que el Canopy.
Al día siguiente, a pesar de que estaba completamente nublado (el clima es muy cambiante por estos lados), nos tomamos un colectivo (sino eran tres horas de caminata bajo llovizna) a La Casa Del Árbol, en donde está, en los momentos que se despeja, la mejor vista del volcán Tungurahua, y La Hamaca Del Fin Del Mundo, instalada al borde de un precipicio.
Desde ahí, empezamos a bajar caminando, un gran camino pero muy largo, y del que finalmente fuimos rescatados por una camioneta que nos dejó a unos kilómetros del pueblo.

Esa tarde, con una merienda de dona bañada en chocolate y mate, y mientras hacíamos un racconto del viaje, armamos las bolsas para arrancar la larga vuelta.

"Sin cadenas sobre los pies me puse a andar, hace tiempo quise encontrar el camino"
("Sin Cadenas", de Los Pericos)

domingo, 4 de mayo de 2014

Latacunga, la fertilidad ecuatoriana y sus volcanes

En Quito, nos tomamos el metrobus hasta la estación de micros. En este viaje, de una hora aproximadamente, cedí tres veces el asiento a madres con bebés. Tres teorías: casualidad, los quiteños no ceden el asiento fácilmente o son altamente fértiles y les gusta más que la bachata.
Llegamos a Latacunga, como a varios lugares, sin mucha idea de lo que nos íbamos a encontrar. Y, claro, sin saber dónde íbamos a parar.
A causa de esto, terminamos en el hostal de La Señora Que No Aprecia Prestar La Cocina. Ese día, aprovechamos para recorrer la ciudad, otra con Centro Histórico Colonial, y un parque, con una laguna artificial, muy cuidado.
A la noche, pude ver completo el partido que Morón nos dio vuelta increíblemente, dejándonos con pocas chances de ascenso directo (igual te quiero, Bohemio). Para superar este mal trago, nos fuimos con La Patrona en busca de pizza y cerveza, pero nos encontramos con una ciudad apagada, completamente cerrada. Cuando ya estábamos perdiendo las esperanzas, encontramos una pizzería abierta, en la que comimos la mejor pizza del viaje. Eso sí, no podía ser completa, no tenía más cerveza.
Al día siguiente, debido a la poca simpatía de La Señora Que No Aprecia Prestar La Cocina a que calentemos agua para el mate, nos mudamos a otro hostel con cocina sin restricciones, e incluso, café y té libre todo el día (¡Te extraño, Mate Cocido!).
Después de la mudanza, nos fuimos al Cotopaxi, un volcán cercano, explosivo y del que se está esperando una erupción en estos años. Increíblemente, la gente vive cerca a pesar de saber que el día que el volcán entre en acción se va a llevar todo puesto (ya lo hizo en 1904).
Arrancamos a subirlo en un clima no muy favorable: nublado, llovizna y frío (diría el tango: "Humedad, llovizna y frío"). Sin embargo, cuando llegamos a los glaciares (la parte más alta a la que pueden llegar los simples mortales), el cielo se despejó (en parte) y pudimos ver los colores del volcán (blanco, negro, rojo y verde), y, debido a la altura (estábamos a 5100 metros, lo más alto que estuvimos en el viaje), que el cielo se despeje también nos permitió ver todo el valle de alrededor.
Al otro día, nos fuimos a la Laguna de Quilotoa, una hermosa laguna, con agua de color celeste/verde (dicen que cambia según la época e incluso se la puede ver amarilla), ubicada en el cráter del volcán homónimo. Un lugar increíble.
Para llegar a ésta, desde donde te deja el micro, hay que hacer una bajada de unos 40 minutos (igual, desde arriba se ve perfecta). Claro, a la vuelta, es todo en subida. Duro, pero vale la pena.
Al otro día, nos fuimos para Baños, nuestro último destino.

“Lo que está bien siempre estará mal cuando no hay chance de ser. Miedo feroz a dejar de hacer pie.”
(“Salitral”, de Los Piojos)

jueves, 1 de mayo de 2014

Quito, el karaoke y los efectos de La Mitad Del Mundo

Nos fuimos para Quito solo con un dato que nos había dado Henry, nuestro Couch de Lima que viajó para allá aprovechando Semana Santa: la mayoría de los hostels están en Plaza Foch. Cuando llegamos, preguntamos (error mío de preguntarle, como si no hubiera aprendido nada en estos meses, a un Mentiroso De La Boletería) y nos dijeron, muy dubitativamente, que estábamos a seis cuadras, así que decidimos, con mochilas y todo, ir caminando para allá. Obviamente, las seis cuadras se multiplicaron y se convirtieron en unas 18.
Finalmente, llegamos y conseguimos un hostel, dentro de todo barato y muy tranquilo.
Cuando salimos a recorrer, entendimos porque Henry eligió esa zona. El barrio está lleno de bares.
Nos encontramos a las nueve con él, y luego de la entrega de la llave “robada”, nos fuimos a comer a un bar, en el que conseguimos una picada, esos lujos que allá son cotidianos (¡Vamos Otra Vuelta!) pero por estos pagos cuesta conseguir.
Después de comer, y sobre todo debido a que el bar se le dio por poner dance (o esa secuencia de sonidos) a gran volumen, nos fuimos para otro lado.
A la tarde, La Patrona había deslizado que tenía ganas de ir a un karaoke (acá está lleno de esos antros) y a Henry le pareció buena idea.
Nos metimos en uno que cumplía con la condición antes dicha. Cabe mencionar, como característica, que acá los karaokes (al menos los que vimos en funcionamiento) son de sentado.
Pedimos unas cervezas y, para compartir, una Michelada, trago que al parecer tiene cerveza, limón y pimiento (o sea, picante). De lo peor que se ha inventado en materia de tragos.
Como se podían pedir solo dos temas por mesa, cedí amablemente mi puesto. La Patrona se decidió por “Me haces tanto bien”, de Amistades Peligrosas, de la que hizo una versión bastante libre (con ciertos vacíos “letrísticos” y risas de por medio) pero que sorprendió sacando el segundo puntaje más alto de la noche. Henry se animó a “Mojada”, de Vilma Palma.
A medida que pasa la noche (y el alcohol), los karaokes son los escenarios (aunque sean de sentados) de las imágenes más tristes. Gente ebria destruyendo canciones, mientras imaginan que la están rompiendo, una situación similar a la del personaje de Capusotto del baile del hombre en los ojos de la mujer.
En este caso, había una mujer que le salía bien la tonada mexicana, y eligió, al menos, diez temas del estilo (como, al final, solo quedábamos cuatro mesas, el límite se tuvo que correr), y terminó parada, cantando por las mesas, con un andar no muy firme.
El otro caso, era un muchacho que eligió todas las canciones (extremadamente) melosas y, a pesar de que algunas le salían bien, a última hora vociferó “Como yo nadie te ha amado”, de Bon Jovi, mientras su novia lo miraba embelesada. Esa fue la gota que colmó el vaso. Chau karaoke. Ah, en el medio, La Patrona metió un “Amor a la mexicana”.
Al otro día, nos fuimos a conocer el Centro Histórico. Tuvimos la suerte (?) de que era domingo de Semana Santa, con lo que por todos lados había espectáculos alusivos.
En la puerta de la catedral, nos encontramos una banda haciendo música cristiana (¿hablábamos de imágenes tristes?). Si eso me toca un domingo que al otro día laburo (¿qué era eso?) es causal de suicidio.
En la iglesia de San Francisco, vimos un coro seguido por una obra donde le hacían juicio, por la muerte de Jesús, a Poncio Pilato, el Sumo Sacerdote, y Juan Pueblo, y en el que el público era el que decidía el veredicto (los tres fueron sentenciados). Este estuvo entretenido.
Seguimos por la calle “La Ronda”, la zona bohemia y de artesanos de Quito, y, claro, el recorrido por todas las iglesias. Sobredosis de turismo católico. Creo que en este viaje tuve mi dosis de por vida de arroz e iglesias (mis dos enemigos blancos).
Al otro día, nos fuimos a La Mitad Del Mundo. El transporte público en Quito es un lujo. Tienen varios metrobus muy bien armados y con alimentadores que te llevan para todos lados (como en Lima).
Primero fuimos a La Mitad oficial, cuyo único encanto es el monumento. Pero después, nos fuimos a un museo que está a unas cuadras, donde está la mitad real, verificada con GPS. La oficial fue calculada en 1700 y pico por unos franceses, con los métodos de aquella época, y bastante cerca estuvieron.
En este museo, además de mostrar las formas de vida de algunas tribus indígenas del Amazonas (que incluye reducción de cabezas), se hacen los experimentos relacionados a La Mitad Del Mundo: parar el huevo en un clavo (ambos lo logramos y nos llevamos nuestro certificado al respecto), caminar con los ojos cerrados por la línea y sentir como te tiran de los lados, y, el mejor, ver que, en una bacha, en la línea exacta el agua cae recta, y en el sur (a pocos metros de la línea) se arma un remolino hacia un lado, y en el norte hacia el lado contrario. Imposible no acordarse de Los Simpsons y Homero, al ver este efecto, cantando “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido”. Este museo es mucho más interesante que el oficial.
Al día siguiente, salimos para Latacunga.

“Mi pasado es real y el futuro libertad”
(“Circo Beat”, de Fito Páez)

Atacames, nuestro vuelo y la muerte de García Márquez

Por suerte, de Mompiche a Atacames se viaja en un solo micro directo.
Llegamos el Jueves Santo, así que la ciudad y la playa estaban repletas. Atacames es la parte de la costa a la que va la gente del norte de Ecuador y los colombianos del sur, y el feriado largo (nuestra idea era no estar en Semana Santa en la costa porque nos habían avisado) ayudó para que se llene. Además, la marea en este lugar sube y baja notoriamente, por lo que a la mañana hay una gran extensión de playa, y a la tarde el mar llega a la altura de las carpas, y toda la gente está amuchada. Sin embargo, es una linda playa.
Esa tarde, nos enteramos de la muerte del gran García Márquez. Una tristeza.
Hace unos años, cuando estuvimos en Colombia, fuimos a conocer su pueblo, Aracataca, y, gracias al guardia que se apiadó (los lunes está cerrada pero nos dejó pasar), su casa.
Cuando llegamos, un jipi de traje y sombrero de copa nos dijo: “Bienvenidos a Macondo”. Ese pueblo que tanto imaginamos, del que tanto leímos, se hacía realidad.
Para cualquiera que haya estudiado periodismo o haya intentado escribir un texto, en especial una crónica, Márquez es (o debería serlo) la guía por excelencia. Para cualquiera que guste de la literatura, Márquez es imprescindible.
A la noche, probamos los pinchos con salchicha, chorizo, carne y pollo, y lo más importante, sin arroz. Buena comida que, claramente, atenta contra la salud.
Al día siguiente, arrancamos temprano para aprovechar nuestro último destino de playa.
Esa mañana, la marea había bajado tanto que la mitad de la playa era una especie de barro. Nos alejamos del centro y encontramos un lugar más tranquilo (en el centro, durante todo el día, los bares pasan a gran volumen reggaetonto, bachata, cumbia, etc), así que estuvimos ahí un buen rato.
A la tarde, luego de muchas disquisiciones, decidimos hacer parapente. Acá, le llaman así aunque no es lo que nosotros conocemos con ese nombre, sino que te ponen un paracaídas atado a una lancha, y ésta te remonta, te lleva unos minutos a “volar” sobre el mar (hay un gran capítulo de Los Simpsons donde Homero lo hace con resultado no muy satisfactorio), y te baja en el agua. Gran experiencia.
Esa tarde, nos quedamos hasta última hora despidiéndonos de la playa. Después de tanto tiempo, se hace impensado vivir sin mar.
Al otro día, salimos para Quito.

“Good friends we have, good friends we have lost along the way. In this great future, you can't forget your past”
(“No Woman, No Cry”, de Bob Marley)

domingo, 27 de abril de 2014

Canoa, Mompiche, los trasbordos eternos y la peor película de la historia

Decidimos ir a Canoa para cortar el viaje (y sobre todo los trasbordos) a Mompiche.
De Puerto López tuvimos que ir hasta Portoviejo. Ahí, después de que nos dijeran que teníamos que viajar parados unos 20 minutos hasta el siguiente pueblo (sabemos el temita de su concepción del tiempo) y que nos hicieron esperar afuera de la terminal para subir al micro, así la policía no notaba la sobreventa (finalmente, tuvimos asientos desde el principio, no sabemos como), nos fuimos a Canoa, linda playa, a la que llegamos para ver el atardecer.
A la noche, salimos a tomar algo (probé el "Fresa colada", una aberración de la "Piña colada", que ya es bastante polémica. Es necesario el regreso del Fernet a mi vida), e intentamos ver la luna roja pero no lo logramos.
Al otro día, nos tuvimos que tomar tres micros más, el último hasta la entrada a Mompiche (dato que nadie nos había comentado), a diez kilómetros del pueblo, y de ahí un taxi. O sea que para ir de Puerto López a Mompiche de una, como era la idea original, deberíamos habernos tomado cuatro micros más un taxi. Y esto, solo por 371 kilometros. La comodidad.
En el último de estos buses (¡qué forma rara de evitar la repetición!), aunque parezca imposible, nos pasaron una película peor que "Sharknado", "Cemetery Gates", sobre un demonio de Tazmania asesino (posta); película que lo único que enseña es como meter a la fuerza un diálogo, supuestamente, importante en una escena que iba para otro lado.
Las playas de Mompiche son las que más nos gustaron de Ecuador, esto acrecentando por la tranquilidad del pueblo.
El primer día, estuvimos en la más cercana, una playa en la que estábamos solos, y que tiene un mar claro y muy manso.
Al otro día, fuimos a conocer Playa Negra que, claro, tiene arena negra y muy buenas olas, y de la que nos echó una avispa que atacó a La Patrona.
Luego de que La Patrona superara el temor de haber sido envenenada en dicho ataque artero, nos fuimos para Portete, más conocida como la playa copada por el Decameron, a la que te cruzan en lancha. Gran playa, de las más amplias y lindas de Ecuador.
Esa noche, como despedida, fuimos a comer un ceviche mixto (incluía pulpo, langostinos, camarones, entre otros) muy bueno aunque escaso.
A la mañana siguiente, salimos a Atacames, último destino de playa.

"De ahora en más viviré viajando, lejos de todo lo que me hace mal. Lejos está lo que estoy buscando"
("El Chino", de Mancha De Rolando)

Puerto López, el evangelista y la compra de carne

Nos subimos al micro pensando en ir a Los Frailes pero mientras nos guardaba los bolsos, el maletero (y vendedor de pasajes) deslizó a la pasada que era una playa privada. Cuando subimos, consultamos bien y resulta que es una playa ubicada dentro del Parque Nacional Machalilla, por lo tanto tiene horario de cierre (16:30) y no se puede parar ahí.
Así que "decidimos" ir a Puerto López, un cantón cercano, sin mucho encanto salvo una linda playa y, en otra época del año, avistamiento de ballenas.
El primer día, llegamos para ver como Granada daba el batacazo ante el Barcelona comiendo unos camarones en el mercado, y para aprovechar un poco la tarde de playa.
Esa noche, cuando fui a comprar una cerveza al quiosco de al lado, me encontré con un evangelista que intentó frenarme con la frase "No tomes alcohol. Deja que Jesús entre en ti" (¡que fuerte suena!, casi sexual y poco atractivo. ¿Ese será el argumento de ciertos curas nefastos?). Después de esquivarlo, le dije al vendedor que con este muchacho en la puerta iban a bajar sus ventas, pero no me entendió. Igual, simuló reir.
Mientras comíamos, conocimos una pareja de un marroquí y una malgache (de Madagascar), y a unos hermanos argentinos con los que arreglamos hacer un asado al día siguiente. Claro, que yo sólo daba el apoyo moral y la provisión de bebidas, como de costumbre.
Al otro día, en el desayuno pude agarrar un rato el empate entre Estudiantes y Atlanta. Pero El Sistema hizo su aparición y, cuando faltaban diez minutos, cortó la luz en todo Puerto López.
Ese día, conocimos Los Frailes, hermosa playa solo opacada por el problemita del horario de cierre.
Cuando volvimos, nos juntamos con los hermanos argentinos, y fuimos a hacer las compras para el asado.
Siendo domingo a la tarde/noche, en un pueblito (lo de cantón lo puse por hacerme el culto nomás), las posibilidades no eran muchas.
En el hostel nos dijeron que a la vuelta había una señora que tenía la mejor carne. Como ilusos, fuimos para ahí. Salió una señora mayor, no muy simpática que, sin mostrarnos la carne, nos dio el precio. El hermano argentino preguntó si estaba buena, a los que nos respondió, con cierta lógica: "Si la vendo es que es buena".
Le consultamos si la podíamos ver y nos trajo, de muy mala gana, un bodoque de carne congelada. Como nos miramos dubitativos, la señora nos preguntó: "¿Qué tiene de malo?". Y se la llevó.
Finalmente, decidimos arriesgarnos y le pedimos dos kilos, con cierta incertidumbre de cómo iba a cortar ese bodoque. La señora se fue para atrás y gritó un nombre de hombre. Del fondo, salió un señor excedido de peso, en cuero, y a golpes dividió los dos kilos pedidos.
La carne, claramente, no fue la mejor pero el asado estuvo bueno. Encima, sin que yo lo pida, El Que Ponía Música En El Hostel, nos musicalizó un buen rato con el gran Rodolfito.
Como dato, cuando fui con un cajón a comprar cervezas al quiosco de al lado, me lo crucé, nuevamente, al evangelista. Esta vez me miró, miró el cajón, y ni lo intentó.
Al día siguiente, salimos para Canoa.


"Bajo el sol que me apuñala vivo sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el alma nunca la empeño con las sobras de mis sueños me sobra para comer. ¿De qué voy a lamentarme?, bulle la sangre en mis venas, cada día al despertarme me gusta resucitar"
("Cuando me hablan del destino", de Joaquín Sabina)

jueves, 24 de abril de 2014

Montañita y la victoria de los cuyes

En el viaje a Montañita, nos pasó lo peor que puede pasar cuando ponen una película en el micro. Pusieron una que ya había visto ("60 segundos", tiene más años que Ecuador, así que, seguramente, la habíamos visto todos) y con volumen bajo (que no mejoró a pesar de mi pedido), con lo cual no la disfruté ni un poco pero tampoco la pude dejar de ver.
Llegamos a Montañita a la hora del atardecer y conseguimos, contra todo pronóstico, un hostel a buen precio.
Aprovechando el horario, nos fuimos a tomar mates a la playa con una especie de cañoncitos de dulce de leche, primeros indicios de la invasión argentina que impera sobre este pueblo.
A la noche, mientras cocinábamos unos fideos en el "comedor" del hostel, para ser más específicos, una mesa ubicada en un patio bastante descuidado, noté por el rabillo del ojo que una sombra pasaba rápidamente. Cuando miré, solo llegué a ver una cola larga.
Al rato, esa sombra se hizo presente con dos amigas más, una de las cuales se me quedó mirando, imagino que ambos (ella y yo) sintiendo que el otro estaba usurpando su lugar.
Los bautizamos cuyes para poder comer tranquilos (¿saben que los cuyes no tienen cola larga, no?), pero la batalla la ganaron ellos (bah ellas). Al otro día, cambiamos de hostel a uno un poco más caro ("Iguana"), y, como su nombre lo indica, rodeado de las mismas, pero mucho más cuidado y cómodo.
Ese día, aprovechamos para hacer playa, la primera (y única) en la que pasó un muchacho vendiendo churros rellenos (otro indicio de la invasión silenciosa).
Esa noche, fuimos a comer al centro, donde conseguimos empanadas (estilo argentino) e incluso, para convencernos de la alta presencia argentina, en el bar donde estábamos cantó uno de los barman de Hawaiian Love (ex Aloha), mítico bar de Villa Luro(r).
La noche debe ser uno de los puntos más fuertes y convocantes de Montañita. Si bien la playa está buena, sobre todo para los surfers, a la noche el pueblo se enciende. Está lleno de bares para todos los estilos (nosotros nos quedamos en uno que sonaban Los Redondos para no extrañar tanto) y puestos, en la calle y en la playa, vendiendo todo tipo de alcohol.
Del bar, nos fuimos a caminar por la calle principal y nos quedamos viendo una banda que mezcló en un mismo show "Redemption Song", himno de Marley, y "Pajaritos en el aire" (no es contra vos, autor de este tema, pero estás sonando mucho). Si Marley revive, los mea a todos los de la banda. Y lo tienen merecido.
Al otro día, salimos, supuestamente, a Los Frailes.

Los placeres te acortan la correa, y vos que te pensás un indomable.
¿Qué gracia tiene andar por esta sociedad jactándose de responsable?

("¿Dónde esconder tantas manos?", de Las Pastillas Del Abuelo)

miércoles, 23 de abril de 2014

Guayaquil, algo que llaman pizza y una nueva experiencia en Couchsurfing


Llegamos a Guayaquil con recomendaciones como si estuvieramos yendo a la Franja de Gaza.
Allá, nos esperaba Jorge Luis, cuyo perfil de Couch nos atrajo por definirse como fanático de Tim Burton y Fito Páez (con esa dupla, era un llamador). Como si esto fuera poco, se nos presentó diciendo: “Soy Jorge Luis, como el gran Borges, mi escritor preferido”, con lo que, desde el primer minuto, se notó que íbamos a tener mucho de qué hablar.
El primer día, nos llevó a conocer el malecón, y mientras se hacía de noche (¡Nooo! ¿Noche en Guayaquil? Muerte, terror, destrucción) caminamos por Las Peñas, hermoso barrio de paredes de colores y calles empedradas, y subimos los 444 escalones (con un breve atajo) hasta el faro, desde donde se puede ver la ciudad iluminada.
Después, recorrimos la 9 de octubre, una de las avenidas principales de Guayaquil, y más tarde, mientras destacábamos algunos temazos de Alejandro Sanz, fuimos al templo Mormón, el que, según Jorge, por su ubicación estratégica y sus rejas potentes e intimidatorias (¿qué tendrán que esconder?) es el lugar indicado para refugiarse en un apocalipsis zombie (es fanático de “The Walking Dead” también. Otro punto a favor).
Al otro día, nos invitó a una pileta (el calor de Guayaquil es inhumano, así que nos vino de diez), y después, esta vez solos con La Patrona, fuimos a conocer la Plaza de las Iguanas (que, claramente, está llena de las mismas, especie protegida por estos pagos), el centro histórico, y a caminar por la parte que nos había quedado pendiente del malecón, donde hay una especie de botánico muy bien cuidado.
Esa noche, mientras comíamos una de las peores pizzas de nuestras vidas (los que somos del barrio de "El Fortín" deberíamos ser respetados en el mundo y no nos deberían vender cualquier cosa), La Patrona preguntó, inocentemente, si alguna vez llovía fuerte en Guayaquil y la ciudad le respondió con una tormenta acorde, así que nos fuimos a la casa y nos quedamos escuchando y hablando de música (está claro de quién hablamos más, ¿no?), cine, literatura, política y, como debe ser, de fútbol.
Al día siguiente, fuimos a conocer el otro malecón, cercano al manglar (eso creo) y el Parque Lineal, y, después de un almuerzo vegetariano (imagino como deben estar envidiando mi alimentación en este momento), nos fuimos para Montañita.

"Yo no quería una vida normal, no me gustaban los horarios de oficina. Mi espíritu rebelde se reía del dinero, el lujo y el confort"
("La Guitarra", de Los Auténticos Decadentes)

lunes, 21 de abril de 2014

Cuenca y la transfiguración de Alma

Llegamos a Cuenca con la promesa difusa de un nuevo couchsurfing pero, como promesa difusa que era, no se cumplió. Sin embargo, nuestro supuesto Couch nos recomendó un buen hostel en el centro histórico de la ciudad ("Turistas del mundo") y cerca de la zona de bares. Siendo sábado a la noche parecía el lugar indicado. Pero el cansancio del viaje sumado a una llovizna definieron destino de cama sin conocer la noche de Cuenca.
Al día siguiente, tras un desayuno en la terraza del hostel desde donde podíamos apreciar la ciudad vieja y la nueva, salimos a caminar.
Fuimos en dirección a uno de los parques principales, "Parque de la madre", donde nos encontramos con un Planetario. Justo arrancaba una función (gratis, vamos los pibes) sobre el origen del universo y el proyecto Alma, ubicado en el desierto de Atacama, Chile, que busca observar las galaxias más lejanas para intentar comprender más acerca del origen, a través de esa teoría loca de que, a causa de la distancia, los resplandores de las estrellas que se ven en el cielo son de millones de años atrás (Stephen Hawking debe esta envidiando mi poder de síntesis). Claro, que más loco es creer que lo creó un tipo con superpoderes, en seis días y descansando sólo uno, que suena a argumento de la patronal (no de La Patrona) para que laburemos hasta los sábados.
A la tarde, fuimos a caminar por la parte vieja, llena de iglesias, plazas y edificios coloniales, además de un río muy bien cuidado que la bordea. Cuenca es una (otra) hermosa ciudad y encima tuvimos la suerte de, por ser domingo, verla con poca gente y casi sin coches.
En una de las plazas nos encontramos con una banda de punk ("Los Perros Románticos" sino recuerdo mal) bastante buena. Hay algo en el punk que siempre me atrae (y no es su público escupidor, aunque estos no eran de esos). Quizás su queja constante, quizás su resistencia al paso del tiempo, quizás su simpleza musical, o quizás la suma de todo esto, no sé, pero algo tiene.
Esa noche, luego de un intento fallido por reivindicar nuestra actitud nocturna del día anterior y que Cuenca se vengara cerrando todo, nos quedamos hasta altas horas charlando de política, música (me hablaron bien de Fito con lo que podía hablar por horas), libros y fútbol, con un argentino artista que se enamoró de Cuenca y se fue a vivir, y un chileno pinochetista.
Al otro día, seguimos recorriendo la ciudad, ya más cargada de gente y tránsito, y a la tarde, a causa del frío y una amenaza de lluvia (o sea por pachorra), nos fuimos al hostel a ver "El viaje de Chihiro" (película limona por excelencia).
Al día siguiente, luego de enterarnos que el volcán Tungurahua había entrado en actividad, cambiamos de rumbo y nos fuimos hacia Guayaquil.

"Si ser lo mismo es virtud, vos sabes bien que también es quietud"
("Vas a bailar", de Ciro y Los Persas)

viernes, 18 de abril de 2014

Vilcabamba, su longevidad y mi pérdida de alma

Llegar a Vilcabamba desde Máncora no es tarea fácil, ya que nada va directo. La opción más viable, luego de pasar varias horas de una mañana calurosa averiguando, es ir hasta Sullana (dos horas y media), de ahí a Loja (unas ocho horas), y por último una hora y media más hasta Vilcabamba.
Cuando subimos al primero de estos micros justo terminaba una película con lo que me ilusioné que iban a poner otra. Pero no. El destino a veces es muy cruel.
Nos tocó otro Conductor Que Gusta Compartir Su Música pero este parecía haber salido, o ser un nuevo negocio, de "Pizzería Los Hijos De Puta", mítico personaje de Capusotto (que entendió todo hace tiempo).
Este muchacho nos compartió a un volumen desconsiderado a una chica (que sea su hermana/mujer/intento de conquista es la única explicación cuasi entendible), posiblemente de la zona, ya que nombraba mucho a Piura, y que al parecer, a causa de un desamor, la pasó muy mal y nos quiso hacerla pasar del mismo modo a todos. Algunos de los nombres de los temas en orden de aparición (porque encima el ingrato dejó las pantallas prendidas) para que vean lo monotemático de la chica: "Ya no creo en el amor", "Olvidado corazón", "Te voy a extrañar", "Ya te olvidé" y "Estoy llorando" (creo recordar que hubo una llamada "Mi triste vida"). Si alguna vez sale a la luz mi viejo y postergado proyecto "No todo es arte", esta chica tendrá un lugar (junto a "Sharknado").
Encima, cuando vi en la pantalla el contador de temas que decía "6 de 184", mis 21 gramos se fueron por la ventanilla abierta.
Aproximadamente, en el tema 30 llegamos a Sullana. Cuando me bajé, me quedé con las ganas de decirle que lamentaba perderme los 150 restantes.
Los siguientes micros, si bien no eran de lo más cómodo, fueron bastante amenos.
El único problema surgió porque en Ecuador, a pesar de estar dolarizado, nadie te acepta billete de 100, y, claro, era lo único que teníamos. Después de pedir por varios lados y definir esperar hasta la apertura de los bancos (faltaban unas dos horas), una cajera se apiadó y nos cambió.
Llegamos a Vilcabamba sin saber muy bien con qué nos íbamos a encontrar, guiados más que nada por las recomendaciones de amigos y de algunos blogs, y nos sorprendió gratamente.
Veníamos, en el último tiempo, de estar en las zonas más deserticas de Perú y llegamos a un pueblo rodeado de puro verde, y en el que la leyenda cuenta que, a causa de su agua con mucho magnesio, la gente vive más (se lo conoce como El Valle De La Longevidad). Quizás debido a esto, hay mucho extranjero de la tercera edad con pinta de eternos jipis viviendo en Vilcabamba.
El primer día, nos quedamos en el hostel relajando tras el largo y conflictivo viaje. Lo negativo fue que en esa merienda se terminó mi dosis viajera de mate cocido (bastante duró igual).
Al otro día, nos fuimos hasta un mirador, al que no tenemos muy en claro si llegamos (parece que es caro poner carteles indicatorios) pero que disfrutamos caminar por los alrededores y ver el pueblo desde la altura ("Lo importante no es llegar, lo importante es el camino"... grande Rodolfito).
A la tarde, hicimos un breve paso por una reserva natural pero, como ya era tarde (a eso de las seis se hace de noche), decidimos ir al hostel a disfrutar la pileta. Claro que el Sistema siempre mete la cola.
Cuando estabamos llegando, se escuchaba fuerte un reggaetonto. "Fiesta en nuestro hostel", dijimos mientras nos reíamos irónicos, creyéndolo imposible. Sin embargo, un cartel en el ingreso nos borró las risas: "Cumpleaños de 15". De fondo, se veía niños correteándose y empujándose a la pileta con esa fatídica música como banda sonora.
Obviamente, huímos al río hasta que terminara la pantomima. Por suerte, cuando volvimos no había rastros de la fiesta.
El tercer día, nos fuimos a conocer La Cascada.
Según el muchacho de la oficina de información turística era una hora de caminata desde donde nos dejaba el taxi. Posiblemente, la escuela de turismo comparta edificio con la de Los Mentirosos De Las Boleterías o fuera de la especie "Guías de Oficina", esos que nunca salen de la misma, porque fueron unas dos horas y media. Lo bueno es que los paisajes de esa caminata son increíbles. Lo malo es que la explicación del guía fue insuficiente para llegar a La Cascada.
Durante dicha caminata se cruzan unas puertas verdes que son una especie de indicadores de que vas bien (¡un cartel te pido Vilcabamba. Yo te lo pago!). Al llegar a la cuarta había una puerta al lado de la verde que ingresa a una casa.
Nosotros, al igual que a lo largo de todo el recorrido y como nos había dicho el guía, fuimos por la verde. Mientras subíamos, del cerro de enfrente, unos trabajadores nos empezaron a gritar (esto no pasa ni en "El señor de los anillos") y a señalar que fueramos para otro lado.
Agarramos otro camino y nuevamente los gritos nos hicieron volver atrás.
Salimos de la puerta verde y nos metimos por la de al lado, que estaba con un candado, y ahí, desde enfrente nos dieron el visto bueno. Bajamos unos cinco minutos y, finalmente, llegamos a La Cascada que, a decir verdad, no es una cosa que digas "que bruto, que pedazo de cascada" pero es un buen punto final para el camino (sin contar que faltaban las dos horas de regreso).
Cuando llegamos (al final fueron unas tres horas sumando la parte que habíamos hecho en taxi a la ida y que a la vuelta la caminamos) nos gratificamos con una Pilsener helada y unos panqueques de jamón, queso y tomate (ah no, nosotros los gustos nos los damos en vida).
Al otro día, tras un breve episodio nocturno de cucarachas acechando nuestra comida, salimos para Cuenca.

"Hice un lugar en el refugio de mis sueños y guarde ahí mi tesoro mas preciado. Donde no llega el hombre con sus jaulas ni la maquinaria de la supervivencia. Me fue mas fácil, intentar la vida, que venderla al intelecto y la conformida"
("Hablando de la libertad", de La Renga)


miércoles, 16 de abril de 2014

Máncora, la despedida de Perú

Conseguimos pasajes en el único (o uno de los pocos) micros que sale a la mañana para Máncora desde Chiclayo. En el viaje nos pasaron Takers, entretenida película de roba bancos, el segmento reggaetontero obligatorio de casi todos los micros en el que me di cuenta que en el hit "Pajaritos en el aire" riman aire con... aire (nobel de literatura para este pibe), y "Safe Haven", una nueva porquería llena de lugares comunes.
Llegamos a la tarde a Máncora y gracias a buscar hostel que tuviera tarjeta (somos jipis bien) caímos en uno en la playa, no tan caro y que incluía desayuno (no teníamos desde Potosí).
El dueño es un suizo, ex corredor de bolsa, que pateó el tablero, se divorció, dejó el laburo y se fue a Máncora.
Como despedida de Perú no podríamos haber elegido mejor destino. Máncora es, de las playas peruanas que conocimos, la más linda. Aguas claras, semi calidas y playas tranquilas (sobre todo porque no estábamos en la céntrica), atardeceres increíbles, y un cielo limpio por las noches.
Los días ahí fueron de puro relajo, acrecentado porque el hostel nos daba unas reposeras que se convirtieron en nuestro lugar en el mundo.
El desayuno era tan completo que nos servía de almuerzo. A decir verdad, nos llevábamos los panes que nos sobraban (debo admitir que un día nos llevamos dos que dejaron los de la mesa de al lado) sumado al huevo frito que nos daban, le agregábamos tomate y palta, y listo (puede ser que no volvamos tantos kilos abajo).
Lo más estresante era intentar dialogar en "inglés" con nuestros compañeros de hostel: un danés, una canadiense y un finlandés, que la única vez que no lo vimos tomando birra fue porque había comprado una botella de ron y coca (que nos convidó amablemente un día a las dos de la tarde).
Para que la despedida fuera completa, el último día cenamos un gran ceviche (parece que acá todavía no se definen con que v/b escribirlo. Incluso, hay lugares que se describen como "Cebicherias" y en la carta ponen ceviche).
Así, nos vamos de Perú, otro país hermoso que recorrimos, en el que conocimos lugares increíbles, gente de la mejor (nuestra incursión en couchsurfing ayudó), y comimos y bebimos muy bien (la cerveza es más barata que en Bolivia).
Ahora a Ecuador, último país de este viaje.

"Nada puede salir mal. Me quiero quedar mirando el mar. Ese mar, que no te pide nada más que una simple mirada. Ese mar, que te muestra que está ahí siempre cerca y con eso me alcanza. No existe el miedo, no tiene por donde entrar"
("Voy", de No Te Va Gustar)

lunes, 14 de abril de 2014

Chiclayo y sus comodidades

Con un poco de suerte llegamos desde Huanchaco a la terminal que nos llevaba a Chiclayo (contar sólo con las indicaciones de uno de los Jipis del Hostel de los Jipis no es lo mejor). Además, Perú tiene la característica de no tener una sola terminal, sino que cada empresa tiene la suya (muy bien pensado para el viajante, como se imaginarán). Otra característica es que le llaman cama al semicama (aunque más que una característica es otra burda mentira de Los Mentirosos De Las Boleterías).
Llegamos a Chiclayo y la primera impresión (y creo que la última también) es que es una (otra) ciudad caótica. En un experimento (con bases muy científicas) que hice, comprobé que no pasan más de cuatro segundos sin que suene una bocina. Esto se debe, en gran parte, a que los taxis no tienen cartel de libre, sino que le tocan bocina a cada persona que se cruzan (un sistema muy inteligente). Incluso, en algunas ciudades se está intentando imponer multas al abuso de bocina.
El primer día en Chiclayo desacansamos nomás.
Al siguiente, a la mañana nos fuimos para el museo de El Señor De Sipán, un líder de los Moche, cuya tumba fue encontrada intacta, con todo su séquito y ofrendas.
El museo muestra una gran cantidad de los objetos encontrados, los restos de El Señor (ya lo tuteo), los restos de otro líder de 300 años antes bautizado El Viejo Señor de Sipán, junto también a su séquito y ofrendas, además de dar un buen paneo de la cultura Moche. Muy recomendable.
Al mediodía, nos fuimos al mercado de Lambayeque (el museo queda en esta ciudad, a diez minutos de Chiclayo) y comimos un cabrito espectacular (este mercado es de los mejores en los que estuvimos).
A la tarde, fuimos a Pimentel, una playa cercana a Lambayeque (¿Por qué no pararon en Lambayeque se preguntarán? La verdad, no sabemos). Igual, como ciudad es más linda Chiclayo, y Pimentel no es una playa que va a aparecer en los lugares que hay que conocer antes de morir.
Al otro día, luego de un paseo por algunas terminales (¡Qué sistema cómodo, che!) decidimos irnos a Máncora, nuestro último destino en Perú.

"Voy a desconectarme por un rato y dejar que a mi destino lo maneje la suerte"
("No tengo ganas", de Intoxicados)

viernes, 11 de abril de 2014

Huanchaco y el hostel de los jipis

Ningún micro va directo a Huanchaco. Hay que pasar obligatoriamente por Trujillo. Así que de Lima nos fuimos para allá con Ittsa, buena empresa que imita el servicio de los aviones (presenta a la tripulación y las mochilas se retiran adentro de la terminal, no en la plataforma) aunque la comida deja mucho que desear. Llegamos a la madrugada y nos tomamos un colectivo de línea a Huanchaco, a hora pico y con todos nuestros bártulos, con lo que no nos ganamos el cariño de la gente.
En Huanchaco, íbamos a hacer Couchsurfing pero por un tema de comodidad decidimos quedarnos en un hostel frente a la playa (además era muy barato). Igual, estamos muy agradecidos con Armando, escritor y conductor de un programa de televisión regional, que nos abrió las puertas de su casa.
El primer día, alquilamos una sombrilla y reposeras, y nos la pasamos (la mayoría del tiempo durmiendo) en la playa.
Las playas de Huanchaco no son gran cosa. Su mayor encanto es para los que gusten del surf, ya que tienen muy buenas olas y, debido al frío del agua, el mar prácticamente para ellos.
El segundo día optamos por aprender "un cacho de cultura". A la mañana nos fuimos a Chan Chan, ciudad de los Chimú, civilización pre-inca, y dominada por los mismos, en la que se puede apreciar las estructuras y adornos arquitectónicos, pero todo demasiado retocado por los restauradores, al punto que parece a estrenar.
A la tarde, después de un almuerzo arriesgado en el Mercado Mayorista (sudado de pescado, rico pero arriesgado), nos fuimos a las Huacas del Sol y la Luna (en realidad se puede ver sólo la de la Luna), y su museo.
Ésta es un templo de la sociedad Moche (pre-Chimú y, por lo tanto, pre-Inca), y debido a su conservación (se encontraron tapadas de arena, como una especie de cerro, y todavía la mayor parte de la estructura está bajo tierra) y que no fueron restauradas sino reacondicionadas, se pueden ver las construcciones con sus formas y colores originales perfectamente conservados.
Una de las características de los Moche es que sus artesanos tenían estatus alto dentro de la sociedad. Posiblemente debido a esto, sus trabajos encontrados (ídolos, jarros, cuencos, etc) son los mejores que vimos hasta ahora.
En el hostel que parábamos, nuestro viaje, éste que les parece tan largo a algunos, era el más corto. Había cinco parejas: una de unos argentinos que piensan ir hasta Alaska en camioneta y piensan estar tres años de viaje (llevan siete meses); otros argentinos haciendo algo similar en jeep; un peruano y una argentina, con un pato (recientemente fallecido) como mascota, que están viajando hace años haciendo malabares; otros peruanos, estos con un ratón de mascota, que también viajaban haciendo malabares; y un peruano y una mexicana que se conocieron hace un año en Huanchaco, se fueron a Ecuador, Colombia y Venezuela, y ahora estaban viendo si iban a Brasil. ¿Nos habrán convencido de seguir? ¿Quién lo  sabe?
Próximo destino: Chiclayo.

("Da para más que desear el confort teniendo un control, 
no quiero terminar así. Caminar, sólo andar buscando lo que me hace bien, el lastre vamos a despedir. ¿Quién nos puede decir qué es lo correcto?, para salir del tedio destapa algún sueño")
("Cuando podrás amar", de Las Pelotas)

martes, 8 de abril de 2014

Lima y mi regreso al fútbol

Luego de perdernos un poco por las calles de Lima, nos encontramos con Henry a unas cuadras de su departamento. Nos llevó a su casa y después de charlar un rato, se fue a trabajar. Más tarde volvió a buscarnos para llevarnos a conocer la noche de Lima (al parecer, le gusta bastante dicho momento del día). Para ese entonces, se nos había unido Yuki, un japonés que también se estaba quedando en lo de Henry.
Esa noche, en un raid de unas horas, conocimos el barrio Miraflores, una especie de Palermo Limeño, aunque con el plusvalor de una gran vista del mar.
De ahí nos fuimos a Surco, donde en una plaza se festejaba la vendimia con puestos que vendían vino a buen precio. Tomamos un borgoña muy bueno y probamos la Chaufanita, un plato de estos pagos bastante rico. Además, tocaba Libido, una de las bandas más importantes de Perú, de la que pudimos ver algunos temas.
Y por último fuimos a un bar, nuevamente en Miraflores, a la despedida de Kota, otro japonés amigo de Henry que después de trabajar un año en Perú se volvía para Japón y al que, aunque se autodefinía como tímido, le gustaba mostrar el torso en las fotos.
Al otro día, Henry nos llevó a conocer el centro de Lima, donde conocimos un parque muy lindo, pasamos por la Plaza Principal, en la que, como de costumbre, está la casa de Gobierno y la catedral, y una fuente donde una vez al año sale pisco gratis para todos (¿cuándo una fuente de fernet en Buenos Aires?).
A la tarde, después de conseguir yerba (la más cara de la historia) nos fuimos a conocer Barranco, el barrio bohemio de Lima, y el que más nos gustó.
Ahí, vimos un gran atardecer (quizás por vivir entre edificios, cualquier atardecer me parece grandioso) y, cumpliendo con el lugar común del argentino viajero, le hicimos probar, con resultado satisfactorio, el mate a Henry.
Claro que pasear un sábado por el barrio bohemio me hacía recordar el hermoso Villa Crespo, donde, me enteré después, mi Bohemio estaba liquidando 2-0 a Colegiales.
Esa noche, La Patrona le enseñó a cocinar pastas a Henry, nos tomamos un vino de Perú muy bueno, y nos fuimos a dormir temprano porque al otro día me había invitado a un triangular de fútbol con sus amigos.
Luego de una hora y media de viaje aproximadamente (tienen una especie de macribus mejor preparado) llegamos a la cancha en el norte de Lima. Ésta era de tierra, de siete (jugamos de seis) y bajo el fuerte sol del mediodía, lo que hacía que mi regreso al fútbol, tras casi seis meses de inactividad no fuera en las condiciones acostumbradas. También se puede decir que las condiciones acostumbradas, después de tanto tiempo de inactividad, son detrás de un joystick.
El fútbol lo organiza un tipo de unos sesenta años, que además juega, y una de las condiciones es ser mayor de treinta para poder participar. Se ponen seis soles cada uno, uno para la cancha y cinco para el pozo que se llevan los ganadores. Los equipos se arman a la vieja usanza: sorteo entre los tres capitanes y cada uno va eligiendo en orden. Para no atentar contra la moral de los jugadores, la elección se hace en secreto entre los capitanes.
Cuando llegamos, Henry me había advertido: "El equipo que tenga a El Arquero es el de más probabilidades de campeonar". Finalmente, no me tocó ni con Henry, ni con El Arquero. Es más, éramos un equipo de rejunte que nos presentamos entre nosotros recién en la cancha.
En el primer partido, el equipo de El Arquero le dio vuelta el partido al de Henry.
En el segundo turno, nosotros superamos claramente al equipo de Henry (4-2), a pesar de que nuestro arquero le regaló un gol a su hermano para poner más interesante el partido, cuando íbamos 2-0.
Con dichos resultados, la final era entre el equipo de El Arquero y nosotros.
Un minuto nos llevó abrirles el marcador.
Sacamos del medio, recibió nuestro defensa (trabaja en seguridad, que ironía) al que le pico al vacío, me da un pase exacto, y, con la sutileza que me caracteriza, defino al primer palo. El que pega primero...
Después manejamos la pelota, hasta que un error de El Arquero decretó el 2-0. En el olvido quedará un gol increíble que me perdí en el final. El batacazo estaba dado. Como el Maracanazo de Uruguay o aquel equipo Bohemio de titanes que una pascua goleo 1-0 a River en Liniers. Campeones. A tomar birra, un cajoncito para festejar. Ah y, por primera vez en mi vida, gané plata por jugar al fútbol, ¿ya se me considera profesional?.
Para cerrar el fin de semana futbolístico perfecto, cuando llegamos al departamento, nos enteramos que mientras yo desplegaba mi magia, Él le hacía tres al Real Madrid, además de una asistencia magnífica, y se metía nuevamente en la pelea por el título. Claro que, al ver el resumen de dicho partido, advertí lo poco que tenía que ver lo que habíamos estado haciendo nosotros en una cancha, con el deporte ese llamado fútbol.
Al otro día, nos fuimos para Huanchaco, y, como Henry nos hizo sentir como en casa, nos llevamos la llave (alguna vez la devolveremos).

"Perdí noción del tiempo y el lugar. No sé ni donde tengo la nariz. Será que las cosas no vuelven al mismo lugar"
("Algún lugar encontraré", de Andrés Calamaro)

sábado, 5 de abril de 2014

Paracas y la reunión antisistema(s)

De Ica a Paracas hay un solo micro que va directo ("Cruz Del Sur"). Hay otra opción que es más compleja pero más barata ("Soyuz" + dos colectivos). Nosotros fuimos en "Cruz Del Sur". Para nuestra sorpresa, a pesar de que el viaje es de solo una hora y que arrancamos a las 14, nos dieron de comer (bastante bien). Así que en una hora logré quizás un récord: Comí y me dormí. Gran viaje.
En Paracas íbamos a tener nuestra segunda incursión en Couchsurfing.
Nos encontramos con quién nos iba a alojar, que nos llevó a una casa en el fondo de un hotel en funcionamiento pero que, a la vez, todavía está en construcción.
En dicha casa, e incluso en lo que iba a ser nuestra habitación, no paraba de entrar y pasar gente (a mí entender, algunos atraídos por el pequeño short de jean de La Patrona). Y nadie nos decía nada.
Finalmente, quizás por porteños desconfiados, quizás "mal acostumbrados" por nuestra primera experiencia en Couch, pero más que nada para ganar en tranquilidad, nos fuimos a un hostel.
Nos decidimos por uno, principalmente, porque tenía intercambio de libros (y tarjeta), así que pudimos actualizar nuestra pequeña biblioteca andante.
Lo más importante de Paracas es que, después de tanto viaje, finalmente, llegamos al mar.Y sonará repetitivo, pero llegamos justo para el atardecer (y con nuestra última dosis de mate).
Además, en el hostel compartimos unas charlas interesantes, donde el factor común fue lo equivocados que vivimos con respecto al trabajo (estaba en mi salsa) con dos argentinos de unos 40 años que dejaron todo para viajar un año por América, un español que pidió tres años de licencia en su trabajo, dio la vuelta al mundo, y cuando volvió les dijo: "ustedes no me quieren acá y yo tampoco quiero estar. Arreglemos", y ahora sigue viajando; y una pareja, él español (y un renegado de sistemas) y ella francesa, que vivían en Bélgica y se fueron a vivir a Lima.
Para el tema, vale citar nuevamente a Wankar Reynaga y su "TawaIntiSuyu": "El esclavo moderno, computarizado o no, con o sin corbata, no tiene cadenas de hierro en muñecas, tobillos, cuello. No las necesita. Las cadenas están más adentro, se han internalizado, están en su corazón, en su mente. Él es su propio policía carcelero".
Después de otro día de playa, decidimos irnos para Lima, donde nos espera Henry y una nueva experiencia en Couchsurfing.

"Sientes que te está consumiendo, y cada vez son más los intentos por salir a otro lugar donde te puedas refugiar. Y es esa voz que está en tu cabeza, y no manejas lo que piensas"
("La Voz En Tu Cabeza", de Nonpalidece)

miércoles, 2 de abril de 2014

Huacachina, el oasis de Perú

Lo de Huacachina es un poco inexplicable. El lugar queda a unos diez minutos desde Ica. Se pasa en un instante de estar en una ciudad bastante caótica (por acá el tránsito hace que casi toda ciudad sea así, sobre todo por las mototaxis y sus propias reglas) a un pequeño pueblito de dos por dos (literalmente hay dos cuadras para cada lado y con pocas chances de que se construya más) que rodea un oasis. El pueblo está encerrado entre enormes dunas, con lo que de repente estás aislado por completo. Hay solo tres calles y, por lo tanto, muy poco tránsito, aunque es cierto que gran parte de este son unos buggys bastante ruidosos y que tienen su hora pico a las cuatro de la tarde.
Huacachina parece estar creada y dedicada por completo al turismo. Solo se encuentran alojamientos (cada uno con su pileta), bares, restaurantes, agencias de turismo y algunos almacenes. Aparentemente, nadie vive ahí.
En los días que estuvimos (dos nomás) aprovechamos para relajarnos (el stress de viajar, viste) en la hermosa pileta de nuestro hotel (para los que dicen que sólo paramos en pocilgas). La única contra fueron unos Compañeros Amantes Del Dance que musicalizaron (bah pusieron esa sucesión de sonidos) nuestra tarde. Cuando al otro día intentaron hacer lo mismo, La Patrona, como en aquél atardecer en Uyuni, se las hizo cambiar.
El máximo esfuerzo (no fuimos a los buggys, ni a hacer sandboard) fue subir a una gran duna (no es tarea fácil, ¡eh!) para ver el atardecer en el desierto, uno de los mejores que vimos, a pesar de que el viento y la arena nos jugaron una mala pasada (creo que todavía tengo en mí arena de Huacachina).
Próximo destino: Paracas.

"People say I'm crazy doing what I'm doing
Well they give me all kinds of warnings to save me from ruin
When I say that I'm o.k. well they look at me kind of strange
'Surely you're not happy now you no longer play the game'"
("Watching The Wheels", de John Lennon)

domingo, 30 de marzo de 2014

Nasca y nuesto debut en couchsurfing

A la mañana siguiente, salimos para Nasca, que, por suerte, no significa ir hasta la "A" para viajar apiñados al centro. Igual, en realidad, nos fuimos a la terminal y, cuatro horas de espera después, partimos a Nasca. Como viajábamos a la noche (doce horas que se convirtieron en catorce. Parece que acá también están Los Mentirosos De La Boletería) sacamos un micro HD, así que el viaje fue bastante bueno.
Llegamos a Nasca con una gran incertidumbre ya que íbamos a incursionar en Couchsurfing. Para quien no conozca, Couchsurfing es una página donde la gente ofrece su casa para hospedar (Couch) a viajantes (Surfer) a cambio de nada. Se supone que en otro momento el Surfer se convierta en Couch, aunque no es obligatorio. Y se maneja a través de reputación (parecido a MercadoLibre).
Además del alojamiento gratuito, Couchsurfing brinda la posibilidad de conocer de cerca a la gente del lugar, y de escapar un poco del típico recorrido turístico.
Nos habíamos contactado con Edgardo a través de la página y había aceptado alojarnos rápidamente.
Nos encontramos con él en la mañana de Nasca (mañana muy calurosa por cierto) a unas cuadras de su casa.
Fuimos para allá y quedamos impresionados. Edgardo tiene una casa de tres pisos, con cuatro dormitorios destinados a los Surfers (pueden ir hasta ocho aproximadamente), y una hermosa terraza con vista a las montañas. Nuestra habitación era de las mejores que tuvimos hasta ahora en el viaje, y ni hablar de la ducha. Es verdad que no veníamos pagando los mejores lugares, pero ésta estaba impecable.
Pero lo que más nos sorprendió fue la amabilidad y generosidad con que nos recibió (dejando de lado el tema de que nos abrió la puerta de su casa). Ese día, después de charlar un rato compartiendo una Coca fría que nos vino como agua en el desierto, nos tiramos a una siesta de media mañana, en la que aproveché para volver a mi infancia leyendo al Neruda de mi generación, "Condorito", y cuando nos despertamos, nos estaba esperando con el almuerzo listo y un Pisco Sour para brindar.
Durante una larga sobremesa, nos contó que era astrónomo (casi le digo que yo también pero me pareció mucho por un curso en el Rojas), que trabajaba en un Planetario (creado por él) donde todas las tardes daba charlas sobre las líneas de Nasca (y nos invitaba a la de ese día).
A la tarde fuimos, y, además de ver por telescopio a la Luna y Júpiter, nos enteramos acerca de las líneas y sus supuestos usos (rituales, marcas o caminos al agua, símbolos astronómicos), aunque todavía son un misterio, y también conocimos el trabajo de recuperación de María Reiche, una alemana que dejó todo para dedicarse a eso.
A la noche, intentamos devolver gentilezas cocinando unos fideos para todos (se sumó un alemán que al otro día también cocinó para todos).
Al otro día, previo paso por el museo de María Reiche, fuimos a ver las líneas desde un mirador (sólo se pueden ver algunas) y desde una lomada, desde la que pudimos ver también un gran atardecer en el desierto.
El último día, tras un desayuno que incluyó charlas de ovnis, Edgardo nos invitó a comer pollo a las brasas y anticucho (brochette de corazón) en Rico Pollo, donde dice que tienen una receta especial y hacen el mejor pollo de Perú.
Esa noche, en retribución, La Patrona hizo unos panqueques con dulce de leche (con "manjar" dirán acá), una de las cosas que más extrañamos de por allá, sobre todo en las facturas.
Al día siguiente, después de otra larga sobremesa de desayuno (¿se le dice sobremesa a la del desayuno?) y, contentos por nuestra gran primera experiencia en Couchsurfing, nos fuimos para Huacachina.

"Si no arriesgás un poquito estás arriesgándolo todo. La vida es una solita, se va, se esfuma, se fue..."
("El Sillón", de Arbolito)

miércoles, 26 de marzo de 2014

Machu Picchu y Aguas Calientes

A eso de las nueve de la mañana (supuestamente venía entre las siete y media y las ocho, pero se toman sus libertades) nos pasó a buscar la combi para ir a Machu Picchu. Tras siete horas de viaje (y un pequeño altercado al mediodía porque querían que paguemos el almuerzo que teníamos incluido) llegamos a la Hidroeléctrica. De ahí, caminamos tres horas bordeando las vías del tren. Imposible no recordar la grandiosa “Cuenta conmigo” (incluso cruzamos un puente parecido). En el camino, se nos hizo de noche, así que fue una gran imagen (ampliada por nuestro cansancio y las ganas de llegar) cuando en medio de la oscuridad, en la que solo se vislumbraban las montañas y un fuerte río, aparecieron las luces de Aguas Calientes.
No teníamos mucha esperanzas sobre nuestro alojamiento (venía incluido en el tour) pero quedamos sorprendidos. Nos tocó un buen hotel y el baño le hizo honor al nombre del pueblo.
Esa noche nos fuimos a dormir temprano porque nos teníamos que levantar a las cuatro para subir al Machu. Cabe destacar que me parece inhumano levantarse a las cuatro, sea para la actividad que sea. Es casi como no haberse acostado. Sin embargo, tiene su encanto arrancar a subir el Machu Picchu de noche y que vaya amaneciendo en el camino.
Llegamos a la entrada justo a tiempo para cuando entraba el guía que nos tocaba (nuestra velocidad para subir hizo que temiéramos perderlo, ya que no te esperan para arrancar), así que pudimos estar en la explicación completa.
Si bien, la ciudad de Machu Picchu impacta por sí sola, por cómo pudieron adaptar la montaña a sus necesidades, por su tamaño, sus construcciones, su organización, la explicación del guía permite comprender el alto grado de conocimiento específico y sofisticado que llegaron a tener los Incas en diferentes aspectos (agricultura, astronomía, educación, etc), además de ayudarte a entender la planificación y el uso de cada construcción, y que no pasees simplemente por una ciudad de piedras.
A pesar de que hay varios aspectos discutibles (sacrificios, sometimientos a otras civilizaciones, clases sociales) esta frase del “Tawaintisuyu”, libro de Wankar Reynaga es genial: “Los Mayas (…) pudieron calcular el año solar en 365 días y 2420 diezmilésimas y cronometrar el infinito haciendo un calendario para 374.440 años. Mientras Europa quemaba vivo a Galileo por opinar que la tierra se movía” (En verdad, no lo quemaron pero la idea se entiende). Si bien habla de los Mayas, los Incas tenían estructuras con las que, a través de los solsticios, calculaban las fechas para las cosechas.
Después de recorrer un buen rato la ciudad (ya sin guía), nos tiramos a descansar y me dormí La Siesta Del Inca en el Machu Picchu (quizás una de mis grandes hazañas).
A la tarde, emprendimos la bajada y cuando estábamos casi llegando a la base se largó una llovizna, que minutos después se convirtió en lluvia bastante fuerte. Nos quedamos refugiados en la casilla de un seguridad con el que estuvimos charlando un rato (mientras miraba libidinosamente a La Patrona), y que nos dejó dos grandes frases: “Para muchos de nosotros el Machu son solo piedras” y “Estar ahí arriba de noche da miedo” (en esta debería haber ahondado más).
Cuando paró la lluvia un poco, decidimos irnos.
Llegamos al hotel y caímos rendidos hasta el día siguiente (en vano puse el despertador como para salir a cenar).
A la mañana, recorrimos un poco el pueblo (bastante lindo, muy turístico, completamente rodeado de montañas y un río que se escucha constantemente), y arrancamos nuevamente para la Hidroeléctrica.
Luego de un nuevo susto, ya que no aparecíamos en ninguna lista de los que debían regresar, otras siete horas de viaje que se hicieron interminables, en gran parte a causa de contar con otro Chofer Que Gusta Compartir Su Música, en este caso una de las peores radios, en la que incluso se escuchaban los sonidos del Windows al extraer el usb (alguna vez pudo pasar en el grandioso Otra Vuelta) o al cambiar de tema, llegamos a Cusco.

"Lejos del circo quiero estar, cuestionar esta falsa paz"
("Ruge la barra", de Los Cafres)

miércoles, 19 de marzo de 2014

Cusco y La Merienda

Llegamos a Cusco a las cuatro de la madrugada (son dos horas menos que en Argentina), luego de viajar en uno de los micros más incómodos de la historia, en el que estirar las piernas era una utopía. Al parecer, tienen una noción muy distinta del término semi-cama (por no decir que te venden que es semi-cama cuando no). Ni hablar de la falsa promesa de wi-fi.
Así, dormidos e incómodos, en la terminal te abordan ofreciéndote alojamiento (en nuestro caso hostels, quizás a causa de nuestra pinta de pelagatos).
Sin embargo, en esas condiciones, conseguimos un lindo hostel a buen precio ("La casa de la abuela") aunque con unas restricciones poco amigables (a las diez se cierra la cocina y se apaga el wi-fi. Inentendible esta última), y una "Dueña De Casa" no muy simpática (el Dueño si buena onda).
A la mañana, después de enterarnos de la gran victoria bohemia en Campana, nos fuimos a caminar por Cusco, una ciudad hermosa llena de construcciones que mezclan las edificaciones incas con las coloniales, y, claro, llena de iglesias.
Mientras, consultabamos en los hostels los precios para ver si no nos habían dormido (cosa que puede pasar de madrugada en la terminal), nos acostumbrábamos a un nuevo cambio de moneda (5 argentinos = 1 sol), y averiguabamos para ir a Machu Picchu. Finalmente, por si alguno está por viajar, después de hacer las cuentas de todas las opciones, nos decidimos por uno que se llama "Machu Picchu by car. 3 días, 2 noches", que está pensado para los mochileros, ya que te llevan hasta la hidroeléctrica y de ahí hay que caminar unas tres horas hasta Aguas Calientes (y a la vuelta, te esperan en la Hidroeléctrica).
A la noche, nos fuimos a ver una banda que tocaba gratis en el Teatro Municipal. Era un cuarteto de cuerdas (dos guitarras, un contrabajo y un violín), al que se le sumaron un guitarrista italiano y un ruso con su balalaika, que están recorriendo América tocando (para fin de mes van a estar por Argentina), y que dieron un show impecable.
Al día siguiente, estando en una ciudad muy cultural como Cusco, decidimos conocer algunos museos. Y, claro, empezamos por el más representativo: el museo del chocolate (hay que tener en cuenta que era media mañana). No hay mucho por mencionar, salvo que nos hubieran gustado más muestras gratis.
Se largó a llover (no es novedad por estos pagos), así que nos metimos en el mercado a comer y probamos el arroz con huevo (frito) y salchicha (frita). Gran plato. Casi que disfruté el arroz.
A la noche, fuimos a ver a la Orquesta Sinfónica de Cusco que tocaba por el Día Internacional De La Mujer, haciendo versiones de clásicos de la música peruana. Impecable también.
Esas dos noches, de camino al hostel, nos cruzamos, cada noche en una iglesia diferente, fiesta con banda y fuegos artificiales (en unas estructuras que se las veía muy poco seguras), al parecer por la patrona (que no es La Patrona) de cada iglesia.
El tercer día fuimos al Museo del Inca, en el que están (casi) todos los elementos encontrados tanto en Machu Picchu como en las demás ciudades incas halladas (y algunas pre-incas también). El museo es enorme (hay que ir con ganas de caminar y leer), tiene mucha información y da un buen paneo de las civilizaciones pre-incas e incas, aunque le faltan algunas explicaciones.
De ahí, nos fuimos al barrio San Blas, el barrio más coqueto y pintoresco de Cusco.
Como a las 19 íbamos a ver una película en una universidad, decidimos merendar por la zona, y como era el Día De La Mujer, la decisión quedó a cargo de La Patrona (grave error), que eligió el mercado (fui censurado de publicar el motivo. ¡Libertad de prensa!).
Pedimos café con leche (segundo grave error), más café que leche, y pan con manteca y mermelada.
Al ver la jarra con la que sacó la leche de una olla, con restos, quizás incaicos también, de lo que parecía nata y hasta grumos, deberíamos haber huido.
Minutos más tarde nos dio una especie de vaso largo con 3/4 de leche (mi peor pesadilla hecha realidad), y una pequeña jarra con café frío para que le agreguemos. Al ponerle el café, pudimos apreciar con más claridad los fantasmas de nata girando mientras revolvíamos (nuestros estomagos también). Pasamos varios minutos pescando nata para intentar que sea tomable. Así y todo, logré tomar más de medio vaso.
Eso sí, apenas salimos, pastilla de menta fuerte y a intentar olvidar la merienda (para ser realistas, no fue fácil).
La película ("Sigo siendo", de Javier Corcuera) era un documental muy bueno sobre la música peruana de las diferentes regiones, contada a través de las historias personales de algunos músicos.
El cuarto día, aprovechamos para descansar (y recuperarnos de La Merienda) ya que al otro día nos íbamos para Machu Picchu. Lo único destacable es que mientras permanecíamos refugiados, ya que en las calles de la ciudad una guerra de agua y espuma se desataba por el fin del carnaval, la buena conexión del hostel (y Sentimiento Bohemio) me permitió ver la gran victoria de Atlanta 3-2 ante Fénix.

"Todo este tiempo vivido me sirve de ejemplo para no volver a caer"
("Pasos al costado", de Turf)