En Quito, nos tomamos el metrobus hasta la estación de micros. En este viaje, de una hora aproximadamente, cedí tres veces el asiento a madres con bebés. Tres teorías: casualidad, los quiteños no ceden el asiento fácilmente o son altamente fértiles y les gusta más que la bachata.
Llegamos a Latacunga, como a varios lugares, sin mucha idea de lo que nos íbamos a encontrar. Y, claro, sin saber dónde íbamos a parar.
A causa de esto, terminamos en el hostal de La Señora Que No Aprecia Prestar La Cocina. Ese día, aprovechamos para recorrer la ciudad, otra con Centro Histórico Colonial, y un parque, con una laguna artificial, muy cuidado.
A la noche, pude ver completo el partido que Morón nos dio vuelta increíblemente, dejándonos con pocas chances de ascenso directo (igual te quiero, Bohemio). Para superar este mal trago, nos fuimos con La Patrona en busca de pizza y cerveza, pero nos encontramos con una ciudad apagada, completamente cerrada. Cuando ya estábamos perdiendo las esperanzas, encontramos una pizzería abierta, en la que comimos la mejor pizza del viaje. Eso sí, no podía ser completa, no tenía más cerveza.
Al día siguiente, debido a la poca simpatía de La Señora Que No Aprecia Prestar La Cocina a que calentemos agua para el mate, nos mudamos a otro hostel con cocina sin restricciones, e incluso, café y té libre todo el día (¡Te extraño, Mate Cocido!).
Después de la mudanza, nos fuimos al Cotopaxi, un volcán cercano, explosivo y del que se está esperando una erupción en estos años. Increíblemente, la gente vive cerca a pesar de saber que el día que el volcán entre en acción se va a llevar todo puesto (ya lo hizo en 1904).
Arrancamos a subirlo en un clima no muy favorable: nublado, llovizna y frío (diría el tango: "Humedad, llovizna y frío"). Sin embargo, cuando llegamos a los glaciares (la parte más alta a la que pueden llegar los simples mortales), el cielo se despejó (en parte) y pudimos ver los colores del volcán (blanco, negro, rojo y verde), y, debido a la altura (estábamos a 5100 metros, lo más alto que estuvimos en el viaje), que el cielo se despeje también nos permitió ver todo el valle de alrededor.
Al otro día, nos fuimos a la Laguna de Quilotoa, una hermosa laguna, con agua de color celeste/verde (dicen que cambia según la época e incluso se la puede ver amarilla), ubicada en el cráter del volcán homónimo. Un lugar increíble.
Para llegar a ésta, desde donde te deja el micro, hay que hacer una bajada de unos 40 minutos (igual, desde arriba se ve perfecta). Claro, a la vuelta, es todo en subida. Duro, pero vale la pena.
Al otro día, nos fuimos para Baños, nuestro último destino.
“Lo que está bien siempre estará mal cuando no hay chance de ser. Miedo feroz a dejar de hacer pie.”
(“Salitral”, de Los Piojos)
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