Para llegar a Baños nos toparnos nuevamente con Los Mentirosos
De La Boletería que, para ser sincero y más abarcativos, deberían llamarse Los
Mentirosos Que Trabajan Con El Turismo.
Nos fuimos cerca del mediodía, ya que nos dijeron: “Salen cada 40
minutos micros directo para allá y tendrán una hora de viaje”. Por supuesto, la
realidad fue otra. No existen micros directos desde Latacunga a Baños, por lo
que hay que pasar si o si por Ambato. Y hasta ahí, ya hay una hora de viaje.
A llegar a Ambato, un policía de la terminal nos dijo: “De acá no salen
micros a Baños, tienen que ir hasta Nombre
Que No Recuerdo”. Sin hacerle caso, entré a la terminal y encontré una
agencia que decía ir a Baños. Le pregunté al Mentiroso De La Boletería, un
hombre muy poco amable, que balbuceó de mala gana: “Yo no vendo pasajes a
Baños. Tenés que hablar con el chofer”. Al salir, hablé con un chofer de un
micro que rezaba en su inscripción “Baños” y me contestó que le dé un minuto,
que debía hablar con su jefe. Finalmente, el jefe dio su visto bueno y
arrancamos para allá. Una hora más de viaje. Cabe aclarar que Baños es uno de
los destinos más turísticos de Ecuador.
Llegamos a Baños y nos tomamos un taxi para lo de Juan, quien nos iba a
alojar. Luego de una charla donde nos dejó bien claro su prohibiciones (al
parecer estaba bastante enojado porque otros a los que estaba hospedando le
dejaron la puerta abierta), nos mostró de que manera teníamos que entrar a la
casa. Primero por un pasillo oculto y después por la puerta del perro. Un
método poco ortodoxo.
Después nos fuimos al centro a encontrarnos con Vir, amiga de La
Patrona, con la que coincidíamos los días en Baños y, dato importantísimo, la
que nos proveyó de una dosis extra de mate cocido.
Esa tarde/noche fuimos a unas termas nocturnas al aire libre. Lindo
lugar con la única contra de que había mucha gente y, sobre todo, muchos niños
correteándose y tirándose a las piletas. Además, de que uno se siente en
Cocoon. Encima, la primera a la que nos metimos parece que era la preferida de
los niños, que de a poco la fueron copando, eliminando toda chance de relax del
resto.
A medida que íbamos cambiando hacia las piletas más calurosas, la
densidad de niños bajaba (pequeña victoria) pero, claro, en esas no se puede
estar tanto tiempo.
Cuando volvimos, nos quedamos hablando un buen rato con Juan (otro
fanático de Fito) y, para hacerle honor a la entrega de Vir, cenamos galletitas
con mate cocido (es cierto que estábamos bastante cansados también y con pocas
ganas de cocinar).
Al otro día, después de almorzar Llapingachos, plato típico de Ecuador,
que consta de una tortilla frita de papas y queso acompañada de chorizo, huevo
frito, salchicha y ensalada (para mantener la línea), alquilamos unas bicis y
arrancamos a hacer el recorrido de las cascadas. Hermoso camino (todo en
bajada) y en el que se pasea por todos los alrededores del pueblo.
En el medio, hicimos una parada para arriesgar nuestra vida en el
Canopy. Éste pasaba por arriba de la primera cascada. Como se podían tirar dos
a la vez (cada uno en el suyo), mostré nuevamente mi caballerosidad, y dejé que
vayan La Patrona y Vir en el primer turno. Pero cuando la estaban colgando, La
Patrona, al grito de “me arrepentí. No voy. Bajame”, desertó mientras que Vir, semi
colgada boca abajo, peleaba para que la dejen ir sentada.
Finalmente, nos tiramos Vir y yo, ambos sentados, y a los segundos de
haber arrancado, contra todo temor previo, notamos que era un juego de niños.
Es más adrenalínico salir de la Isla Maciel después de una victoria (hablo de
fútbol, ¡eh! Había una época en que se podía ir a ver a tu equipo de
visitante).
El recorrido en bici nos llevó unas tres horas en total y terminó en la
cascada “Pailón del diablo”, en la que podés pararte, prácticamente, atrás,
para ver toda su fuerza.
A la vuelta, al ser todo en subida, tenés la chance de que te suban en
camioneta. Obvio que fue la opción elegida.
Esa tarde, nos quedamos recorriendo el pueblo, merienda de por medio, donde
me arriesgué a tomar un chocolate blanco, que a la vista parece un vaso de
leche, otro de mis enemigos blancos. Si bien estaba bueno, la idea del vaso de
leche me quedó rondando en la cabeza por largo tiempo.
A la noche, fuimos a comer y, como nos habíamos cuidado al mediodía,
ellas compartieron un “Papi Gorda”, plato que incluye papas fritas, huevos
fritos, salchicha, hamburguesa (sin pan) y ensalada, y yo una hamburguesa (la
mía con pan, como debe ser) completa con fritas. Todo bien sano.
Cuando llegamos a la casa esa noche y metí la mano para abrir la puerta
en una traba que estaba en el piso, un alacrán salió a mi encuentro a milímetros
de mis dedos. Esto tuvo más vértigo que el Canopy.
Al día siguiente, a pesar de que estaba completamente nublado (el clima
es muy cambiante por estos lados), nos tomamos un colectivo (sino eran tres
horas de caminata bajo llovizna) a La Casa Del Árbol, en donde está, en los
momentos que se despeja, la mejor vista del volcán Tungurahua, y La Hamaca Del
Fin Del Mundo, instalada al borde de un precipicio.
Desde ahí, empezamos a bajar caminando, un gran camino pero muy largo,
y del que finalmente fuimos rescatados por una camioneta que nos dejó a unos
kilómetros del pueblo.
Esa tarde, con una merienda de dona bañada en chocolate y mate, y
mientras hacíamos un racconto del viaje, armamos las bolsas para arrancar la
larga vuelta.
"Sin cadenas sobre los pies me puse a andar, hace tiempo quise encontrar el camino"
("Sin Cadenas", de Los Pericos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario