Decidimos ir a Canoa para cortar el viaje (y sobre todo los trasbordos) a Mompiche.
De Puerto López tuvimos que ir hasta Portoviejo. Ahí, después de que nos dijeran que teníamos que viajar parados unos 20 minutos hasta el siguiente pueblo (sabemos el temita de su concepción del tiempo) y que nos hicieron esperar afuera de la terminal para subir al micro, así la policía no notaba la sobreventa (finalmente, tuvimos asientos desde el principio, no sabemos como), nos fuimos a Canoa, linda playa, a la que llegamos para ver el atardecer.
A la noche, salimos a tomar algo (probé el "Fresa colada", una aberración de la "Piña colada", que ya es bastante polémica. Es necesario el regreso del Fernet a mi vida), e intentamos ver la luna roja pero no lo logramos.
Al otro día, nos tuvimos que tomar tres micros más, el último hasta la entrada a Mompiche (dato que nadie nos había comentado), a diez kilómetros del pueblo, y de ahí un taxi. O sea que para ir de Puerto López a Mompiche de una, como era la idea original, deberíamos habernos tomado cuatro micros más un taxi. Y esto, solo por 371 kilometros. La comodidad.
En el último de estos buses (¡qué forma rara de evitar la repetición!), aunque parezca imposible, nos pasaron una película peor que "Sharknado", "Cemetery Gates", sobre un demonio de Tazmania asesino (posta); película que lo único que enseña es como meter a la fuerza un diálogo, supuestamente, importante en una escena que iba para otro lado.
Las playas de Mompiche son las que más nos gustaron de Ecuador, esto acrecentando por la tranquilidad del pueblo.
El primer día, estuvimos en la más cercana, una playa en la que estábamos solos, y que tiene un mar claro y muy manso.
Al otro día, fuimos a conocer Playa Negra que, claro, tiene arena negra y muy buenas olas, y de la que nos echó una avispa que atacó a La Patrona.
Luego de que La Patrona superara el temor de haber sido envenenada en dicho ataque artero, nos fuimos para Portete, más conocida como la playa copada por el Decameron, a la que te cruzan en lancha. Gran playa, de las más amplias y lindas de Ecuador.
Esa noche, como despedida, fuimos a comer un ceviche mixto (incluía pulpo, langostinos, camarones, entre otros) muy bueno aunque escaso.
A la mañana siguiente, salimos a Atacames, último destino de playa.
"De ahora en más viviré viajando, lejos de todo lo que me hace mal. Lejos está lo que estoy buscando"
("El Chino", de Mancha De Rolando)
domingo, 27 de abril de 2014
Puerto López, el evangelista y la compra de carne
Nos subimos al micro pensando en ir a Los Frailes pero mientras nos guardaba los bolsos, el maletero (y vendedor de pasajes) deslizó a la pasada que era una playa privada. Cuando subimos, consultamos bien y resulta que es una playa ubicada dentro del Parque Nacional Machalilla, por lo tanto tiene horario de cierre (16:30) y no se puede parar ahí.
Así que "decidimos" ir a Puerto López, un cantón cercano, sin mucho encanto salvo una linda playa y, en otra época del año, avistamiento de ballenas.
El primer día, llegamos para ver como Granada daba el batacazo ante el Barcelona comiendo unos camarones en el mercado, y para aprovechar un poco la tarde de playa.
Esa noche, cuando fui a comprar una cerveza al quiosco de al lado, me encontré con un evangelista que intentó frenarme con la frase "No tomes alcohol. Deja que Jesús entre en ti" (¡que fuerte suena!, casi sexual y poco atractivo. ¿Ese será el argumento de ciertos curas nefastos?). Después de esquivarlo, le dije al vendedor que con este muchacho en la puerta iban a bajar sus ventas, pero no me entendió. Igual, simuló reir.
Mientras comíamos, conocimos una pareja de un marroquí y una malgache (de Madagascar), y a unos hermanos argentinos con los que arreglamos hacer un asado al día siguiente. Claro, que yo sólo daba el apoyo moral y la provisión de bebidas, como de costumbre.
Al otro día, en el desayuno pude agarrar un rato el empate entre Estudiantes y Atlanta. Pero El Sistema hizo su aparición y, cuando faltaban diez minutos, cortó la luz en todo Puerto López.
Ese día, conocimos Los Frailes, hermosa playa solo opacada por el problemita del horario de cierre.
Cuando volvimos, nos juntamos con los hermanos argentinos, y fuimos a hacer las compras para el asado.
Siendo domingo a la tarde/noche, en un pueblito (lo de cantón lo puse por hacerme el culto nomás), las posibilidades no eran muchas.
En el hostel nos dijeron que a la vuelta había una señora que tenía la mejor carne. Como ilusos, fuimos para ahí. Salió una señora mayor, no muy simpática que, sin mostrarnos la carne, nos dio el precio. El hermano argentino preguntó si estaba buena, a los que nos respondió, con cierta lógica: "Si la vendo es que es buena".
Le consultamos si la podíamos ver y nos trajo, de muy mala gana, un bodoque de carne congelada. Como nos miramos dubitativos, la señora nos preguntó: "¿Qué tiene de malo?". Y se la llevó.
Finalmente, decidimos arriesgarnos y le pedimos dos kilos, con cierta incertidumbre de cómo iba a cortar ese bodoque. La señora se fue para atrás y gritó un nombre de hombre. Del fondo, salió un señor excedido de peso, en cuero, y a golpes dividió los dos kilos pedidos.
La carne, claramente, no fue la mejor pero el asado estuvo bueno. Encima, sin que yo lo pida, El Que Ponía Música En El Hostel, nos musicalizó un buen rato con el gran Rodolfito.
Como dato, cuando fui con un cajón a comprar cervezas al quiosco de al lado, me lo crucé, nuevamente, al evangelista. Esta vez me miró, miró el cajón, y ni lo intentó.
Al día siguiente, salimos para Canoa.
"Bajo el sol que me apuñala vivo sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el alma nunca la empeño con las sobras de mis sueños me sobra para comer. ¿De qué voy a lamentarme?, bulle la sangre en mis venas, cada día al despertarme me gusta resucitar"
("Cuando me hablan del destino", de Joaquín Sabina)
Así que "decidimos" ir a Puerto López, un cantón cercano, sin mucho encanto salvo una linda playa y, en otra época del año, avistamiento de ballenas.
El primer día, llegamos para ver como Granada daba el batacazo ante el Barcelona comiendo unos camarones en el mercado, y para aprovechar un poco la tarde de playa.
Esa noche, cuando fui a comprar una cerveza al quiosco de al lado, me encontré con un evangelista que intentó frenarme con la frase "No tomes alcohol. Deja que Jesús entre en ti" (¡que fuerte suena!, casi sexual y poco atractivo. ¿Ese será el argumento de ciertos curas nefastos?). Después de esquivarlo, le dije al vendedor que con este muchacho en la puerta iban a bajar sus ventas, pero no me entendió. Igual, simuló reir.
Mientras comíamos, conocimos una pareja de un marroquí y una malgache (de Madagascar), y a unos hermanos argentinos con los que arreglamos hacer un asado al día siguiente. Claro, que yo sólo daba el apoyo moral y la provisión de bebidas, como de costumbre.
Al otro día, en el desayuno pude agarrar un rato el empate entre Estudiantes y Atlanta. Pero El Sistema hizo su aparición y, cuando faltaban diez minutos, cortó la luz en todo Puerto López.
Ese día, conocimos Los Frailes, hermosa playa solo opacada por el problemita del horario de cierre.
Cuando volvimos, nos juntamos con los hermanos argentinos, y fuimos a hacer las compras para el asado.
Siendo domingo a la tarde/noche, en un pueblito (lo de cantón lo puse por hacerme el culto nomás), las posibilidades no eran muchas.
En el hostel nos dijeron que a la vuelta había una señora que tenía la mejor carne. Como ilusos, fuimos para ahí. Salió una señora mayor, no muy simpática que, sin mostrarnos la carne, nos dio el precio. El hermano argentino preguntó si estaba buena, a los que nos respondió, con cierta lógica: "Si la vendo es que es buena".
Le consultamos si la podíamos ver y nos trajo, de muy mala gana, un bodoque de carne congelada. Como nos miramos dubitativos, la señora nos preguntó: "¿Qué tiene de malo?". Y se la llevó.
Finalmente, decidimos arriesgarnos y le pedimos dos kilos, con cierta incertidumbre de cómo iba a cortar ese bodoque. La señora se fue para atrás y gritó un nombre de hombre. Del fondo, salió un señor excedido de peso, en cuero, y a golpes dividió los dos kilos pedidos.
La carne, claramente, no fue la mejor pero el asado estuvo bueno. Encima, sin que yo lo pida, El Que Ponía Música En El Hostel, nos musicalizó un buen rato con el gran Rodolfito.
Como dato, cuando fui con un cajón a comprar cervezas al quiosco de al lado, me lo crucé, nuevamente, al evangelista. Esta vez me miró, miró el cajón, y ni lo intentó.
Al día siguiente, salimos para Canoa.
"Bajo el sol que me apuñala vivo sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el alma nunca la empeño con las sobras de mis sueños me sobra para comer. ¿De qué voy a lamentarme?, bulle la sangre en mis venas, cada día al despertarme me gusta resucitar"
("Cuando me hablan del destino", de Joaquín Sabina)
jueves, 24 de abril de 2014
Montañita y la victoria de los cuyes
En el viaje a Montañita, nos pasó lo peor que puede pasar cuando ponen una película en el micro. Pusieron una que ya había visto ("60 segundos", tiene más años que Ecuador, así que, seguramente, la habíamos visto todos) y con volumen bajo (que no mejoró a pesar de mi pedido), con lo cual no la disfruté ni un poco pero tampoco la pude dejar de ver.
Llegamos a Montañita a la hora del atardecer y conseguimos, contra todo pronóstico, un hostel a buen precio.
Aprovechando el horario, nos fuimos a tomar mates a la playa con una especie de cañoncitos de dulce de leche, primeros indicios de la invasión argentina que impera sobre este pueblo.
A la noche, mientras cocinábamos unos fideos en el "comedor" del hostel, para ser más específicos, una mesa ubicada en un patio bastante descuidado, noté por el rabillo del ojo que una sombra pasaba rápidamente. Cuando miré, solo llegué a ver una cola larga.
Al rato, esa sombra se hizo presente con dos amigas más, una de las cuales se me quedó mirando, imagino que ambos (ella y yo) sintiendo que el otro estaba usurpando su lugar.
Los bautizamos cuyes para poder comer tranquilos (¿saben que los cuyes no tienen cola larga, no?), pero la batalla la ganaron ellos (bah ellas). Al otro día, cambiamos de hostel a uno un poco más caro ("Iguana"), y, como su nombre lo indica, rodeado de las mismas, pero mucho más cuidado y cómodo.
Ese día, aprovechamos para hacer playa, la primera (y única) en la que pasó un muchacho vendiendo churros rellenos (otro indicio de la invasión silenciosa).
Esa noche, fuimos a comer al centro, donde conseguimos empanadas (estilo argentino) e incluso, para convencernos de la alta presencia argentina, en el bar donde estábamos cantó uno de los barman de Hawaiian Love (ex Aloha), mítico bar de Villa Luro(r).
La noche debe ser uno de los puntos más fuertes y convocantes de Montañita. Si bien la playa está buena, sobre todo para los surfers, a la noche el pueblo se enciende. Está lleno de bares para todos los estilos (nosotros nos quedamos en uno que sonaban Los Redondos para no extrañar tanto) y puestos, en la calle y en la playa, vendiendo todo tipo de alcohol.
Del bar, nos fuimos a caminar por la calle principal y nos quedamos viendo una banda que mezcló en un mismo show "Redemption Song", himno de Marley, y "Pajaritos en el aire" (no es contra vos, autor de este tema, pero estás sonando mucho). Si Marley revive, los mea a todos los de la banda. Y lo tienen merecido.
Al otro día, salimos, supuestamente, a Los Frailes.
Los placeres te acortan la correa, y vos que te pensás un indomable.
¿Qué gracia tiene andar por esta sociedad jactándose de responsable?
("¿Dónde esconder tantas manos?", de Las Pastillas Del Abuelo)
Llegamos a Montañita a la hora del atardecer y conseguimos, contra todo pronóstico, un hostel a buen precio.
Aprovechando el horario, nos fuimos a tomar mates a la playa con una especie de cañoncitos de dulce de leche, primeros indicios de la invasión argentina que impera sobre este pueblo.
A la noche, mientras cocinábamos unos fideos en el "comedor" del hostel, para ser más específicos, una mesa ubicada en un patio bastante descuidado, noté por el rabillo del ojo que una sombra pasaba rápidamente. Cuando miré, solo llegué a ver una cola larga.
Al rato, esa sombra se hizo presente con dos amigas más, una de las cuales se me quedó mirando, imagino que ambos (ella y yo) sintiendo que el otro estaba usurpando su lugar.
Los bautizamos cuyes para poder comer tranquilos (¿saben que los cuyes no tienen cola larga, no?), pero la batalla la ganaron ellos (bah ellas). Al otro día, cambiamos de hostel a uno un poco más caro ("Iguana"), y, como su nombre lo indica, rodeado de las mismas, pero mucho más cuidado y cómodo.
Ese día, aprovechamos para hacer playa, la primera (y única) en la que pasó un muchacho vendiendo churros rellenos (otro indicio de la invasión silenciosa).
Esa noche, fuimos a comer al centro, donde conseguimos empanadas (estilo argentino) e incluso, para convencernos de la alta presencia argentina, en el bar donde estábamos cantó uno de los barman de Hawaiian Love (ex Aloha), mítico bar de Villa Luro(r).
La noche debe ser uno de los puntos más fuertes y convocantes de Montañita. Si bien la playa está buena, sobre todo para los surfers, a la noche el pueblo se enciende. Está lleno de bares para todos los estilos (nosotros nos quedamos en uno que sonaban Los Redondos para no extrañar tanto) y puestos, en la calle y en la playa, vendiendo todo tipo de alcohol.
Del bar, nos fuimos a caminar por la calle principal y nos quedamos viendo una banda que mezcló en un mismo show "Redemption Song", himno de Marley, y "Pajaritos en el aire" (no es contra vos, autor de este tema, pero estás sonando mucho). Si Marley revive, los mea a todos los de la banda. Y lo tienen merecido.
Al otro día, salimos, supuestamente, a Los Frailes.
Los placeres te acortan la correa, y vos que te pensás un indomable.
¿Qué gracia tiene andar por esta sociedad jactándose de responsable?
("¿Dónde esconder tantas manos?", de Las Pastillas Del Abuelo)
miércoles, 23 de abril de 2014
Guayaquil, algo que llaman pizza y una nueva experiencia en Couchsurfing
Llegamos a
Guayaquil con recomendaciones como si estuvieramos yendo a la Franja de Gaza.
Allá, nos
esperaba Jorge Luis, cuyo perfil de Couch nos atrajo por definirse como fanático
de Tim Burton y Fito Páez (con esa dupla, era un llamador). Como si esto fuera poco, se nos presentó diciendo: “Soy
Jorge Luis, como el gran Borges, mi escritor preferido”, con lo que, desde el primer
minuto, se notó que íbamos a tener mucho de qué hablar.
El primer día,
nos llevó a conocer el malecón, y mientras se hacía de noche (¡Nooo! ¿Noche en
Guayaquil? Muerte, terror, destrucción) caminamos por Las Peñas, hermoso barrio
de paredes de colores y calles empedradas, y subimos los 444 escalones (con un
breve atajo) hasta el faro, desde donde se puede ver la ciudad iluminada.
Después,
recorrimos la 9 de octubre, una de las avenidas principales de Guayaquil, y más
tarde, mientras destacábamos algunos temazos de Alejandro Sanz, fuimos al
templo Mormón, el que, según Jorge, por su ubicación estratégica y sus rejas
potentes e intimidatorias (¿qué tendrán que esconder?) es el lugar indicado para refugiarse en
un apocalipsis zombie (es fanático de “The Walking Dead” también. Otro punto a
favor).
Al otro día, nos
invitó a una pileta (el calor de Guayaquil es inhumano, así que nos vino de diez), y después, esta vez solos con La Patrona, fuimos a
conocer la Plaza de las Iguanas (que, claramente, está llena de las mismas,
especie protegida por estos pagos), el centro histórico, y a caminar por la parte que nos había
quedado pendiente del malecón, donde hay una especie de botánico muy bien cuidado.
Esa noche, mientras comíamos una de las peores pizzas de nuestras vidas (los que somos del barrio de "El Fortín" deberíamos ser respetados en el mundo y no nos deberían vender cualquier cosa), La Patrona preguntó, inocentemente, si alguna vez llovía fuerte en Guayaquil y la ciudad le respondió con una tormenta acorde, así que nos fuimos a la casa y nos quedamos escuchando y hablando de música (está claro de quién hablamos más, ¿no?), cine, literatura, política y, como debe ser, de fútbol.
Al día siguiente, fuimos a conocer el otro malecón, cercano al manglar (eso creo) y el Parque Lineal, y, después de un almuerzo vegetariano (imagino como deben estar envidiando mi alimentación en este momento), nos fuimos para Montañita.
"Yo no quería una vida normal, no me gustaban los horarios de oficina. Mi espíritu rebelde se reía del dinero, el lujo y el confort"
("La Guitarra", de Los Auténticos Decadentes)
Esa noche, mientras comíamos una de las peores pizzas de nuestras vidas (los que somos del barrio de "El Fortín" deberíamos ser respetados en el mundo y no nos deberían vender cualquier cosa), La Patrona preguntó, inocentemente, si alguna vez llovía fuerte en Guayaquil y la ciudad le respondió con una tormenta acorde, así que nos fuimos a la casa y nos quedamos escuchando y hablando de música (está claro de quién hablamos más, ¿no?), cine, literatura, política y, como debe ser, de fútbol.
Al día siguiente, fuimos a conocer el otro malecón, cercano al manglar (eso creo) y el Parque Lineal, y, después de un almuerzo vegetariano (imagino como deben estar envidiando mi alimentación en este momento), nos fuimos para Montañita.
"Yo no quería una vida normal, no me gustaban los horarios de oficina. Mi espíritu rebelde se reía del dinero, el lujo y el confort"
("La Guitarra", de Los Auténticos Decadentes)
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lunes, 21 de abril de 2014
Cuenca y la transfiguración de Alma
Llegamos a Cuenca con la promesa difusa de un nuevo couchsurfing pero, como promesa difusa que era, no se cumplió. Sin embargo, nuestro supuesto Couch nos recomendó un buen hostel en el centro histórico de la ciudad ("Turistas del mundo") y cerca de la zona de bares. Siendo sábado a la noche parecía el lugar indicado. Pero el cansancio del viaje sumado a una llovizna definieron destino de cama sin conocer la noche de Cuenca.
Al día siguiente, tras un desayuno en la terraza del hostel desde donde podíamos apreciar la ciudad vieja y la nueva, salimos a caminar.
Fuimos en dirección a uno de los parques principales, "Parque de la madre", donde nos encontramos con un Planetario. Justo arrancaba una función (gratis, vamos los pibes) sobre el origen del universo y el proyecto Alma, ubicado en el desierto de Atacama, Chile, que busca observar las galaxias más lejanas para intentar comprender más acerca del origen, a través de esa teoría loca de que, a causa de la distancia, los resplandores de las estrellas que se ven en el cielo son de millones de años atrás (Stephen Hawking debe esta envidiando mi poder de síntesis). Claro, que más loco es creer que lo creó un tipo con superpoderes, en seis días y descansando sólo uno, que suena a argumento de la patronal (no de La Patrona) para que laburemos hasta los sábados.
A la tarde, fuimos a caminar por la parte vieja, llena de iglesias, plazas y edificios coloniales, además de un río muy bien cuidado que la bordea. Cuenca es una (otra) hermosa ciudad y encima tuvimos la suerte de, por ser domingo, verla con poca gente y casi sin coches.
En una de las plazas nos encontramos con una banda de punk ("Los Perros Románticos" sino recuerdo mal) bastante buena. Hay algo en el punk que siempre me atrae (y no es su público escupidor, aunque estos no eran de esos). Quizás su queja constante, quizás su resistencia al paso del tiempo, quizás su simpleza musical, o quizás la suma de todo esto, no sé, pero algo tiene.
Esa noche, luego de un intento fallido por reivindicar nuestra actitud nocturna del día anterior y que Cuenca se vengara cerrando todo, nos quedamos hasta altas horas charlando de política, música (me hablaron bien de Fito con lo que podía hablar por horas), libros y fútbol, con un argentino artista que se enamoró de Cuenca y se fue a vivir, y un chileno pinochetista.
Al otro día, seguimos recorriendo la ciudad, ya más cargada de gente y tránsito, y a la tarde, a causa del frío y una amenaza de lluvia (o sea por pachorra), nos fuimos al hostel a ver "El viaje de Chihiro" (película limona por excelencia).
Al día siguiente, luego de enterarnos que el volcán Tungurahua había entrado en actividad, cambiamos de rumbo y nos fuimos hacia Guayaquil.
"Si ser lo mismo es virtud, vos sabes bien que también es quietud"
("Vas a bailar", de Ciro y Los Persas)
Al día siguiente, tras un desayuno en la terraza del hostel desde donde podíamos apreciar la ciudad vieja y la nueva, salimos a caminar.
Fuimos en dirección a uno de los parques principales, "Parque de la madre", donde nos encontramos con un Planetario. Justo arrancaba una función (gratis, vamos los pibes) sobre el origen del universo y el proyecto Alma, ubicado en el desierto de Atacama, Chile, que busca observar las galaxias más lejanas para intentar comprender más acerca del origen, a través de esa teoría loca de que, a causa de la distancia, los resplandores de las estrellas que se ven en el cielo son de millones de años atrás (Stephen Hawking debe esta envidiando mi poder de síntesis). Claro, que más loco es creer que lo creó un tipo con superpoderes, en seis días y descansando sólo uno, que suena a argumento de la patronal (no de La Patrona) para que laburemos hasta los sábados.
A la tarde, fuimos a caminar por la parte vieja, llena de iglesias, plazas y edificios coloniales, además de un río muy bien cuidado que la bordea. Cuenca es una (otra) hermosa ciudad y encima tuvimos la suerte de, por ser domingo, verla con poca gente y casi sin coches.
En una de las plazas nos encontramos con una banda de punk ("Los Perros Románticos" sino recuerdo mal) bastante buena. Hay algo en el punk que siempre me atrae (y no es su público escupidor, aunque estos no eran de esos). Quizás su queja constante, quizás su resistencia al paso del tiempo, quizás su simpleza musical, o quizás la suma de todo esto, no sé, pero algo tiene.
Esa noche, luego de un intento fallido por reivindicar nuestra actitud nocturna del día anterior y que Cuenca se vengara cerrando todo, nos quedamos hasta altas horas charlando de política, música (me hablaron bien de Fito con lo que podía hablar por horas), libros y fútbol, con un argentino artista que se enamoró de Cuenca y se fue a vivir, y un chileno pinochetista.
Al otro día, seguimos recorriendo la ciudad, ya más cargada de gente y tránsito, y a la tarde, a causa del frío y una amenaza de lluvia (o sea por pachorra), nos fuimos al hostel a ver "El viaje de Chihiro" (película limona por excelencia).
Al día siguiente, luego de enterarnos que el volcán Tungurahua había entrado en actividad, cambiamos de rumbo y nos fuimos hacia Guayaquil.
"Si ser lo mismo es virtud, vos sabes bien que también es quietud"
("Vas a bailar", de Ciro y Los Persas)
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viernes, 18 de abril de 2014
Vilcabamba, su longevidad y mi pérdida de alma
Llegar a Vilcabamba desde Máncora no es tarea fácil, ya que nada va directo. La opción más viable, luego de pasar varias horas de una mañana calurosa averiguando, es ir hasta Sullana (dos horas y media), de ahí a Loja (unas ocho horas), y por último una hora y media más hasta Vilcabamba.
Cuando subimos al primero de estos micros justo terminaba una película con lo que me ilusioné que iban a poner otra. Pero no. El destino a veces es muy cruel.
Nos tocó otro Conductor Que Gusta Compartir Su Música pero este parecía haber salido, o ser un nuevo negocio, de "Pizzería Los Hijos De Puta", mítico personaje de Capusotto (que entendió todo hace tiempo).
Este muchacho nos compartió a un volumen desconsiderado a una chica (que sea su hermana/mujer/intento de conquista es la única explicación cuasi entendible), posiblemente de la zona, ya que nombraba mucho a Piura, y que al parecer, a causa de un desamor, la pasó muy mal y nos quiso hacerla pasar del mismo modo a todos. Algunos de los nombres de los temas en orden de aparición (porque encima el ingrato dejó las pantallas prendidas) para que vean lo monotemático de la chica: "Ya no creo en el amor", "Olvidado corazón", "Te voy a extrañar", "Ya te olvidé" y "Estoy llorando" (creo recordar que hubo una llamada "Mi triste vida"). Si alguna vez sale a la luz mi viejo y postergado proyecto "No todo es arte", esta chica tendrá un lugar (junto a "Sharknado").
Encima, cuando vi en la pantalla el contador de temas que decía "6 de 184", mis 21 gramos se fueron por la ventanilla abierta.
Aproximadamente, en el tema 30 llegamos a Sullana. Cuando me bajé, me quedé con las ganas de decirle que lamentaba perderme los 150 restantes.
Los siguientes micros, si bien no eran de lo más cómodo, fueron bastante amenos.
El único problema surgió porque en Ecuador, a pesar de estar dolarizado, nadie te acepta billete de 100, y, claro, era lo único que teníamos. Después de pedir por varios lados y definir esperar hasta la apertura de los bancos (faltaban unas dos horas), una cajera se apiadó y nos cambió.
Llegamos a Vilcabamba sin saber muy bien con qué nos íbamos a encontrar, guiados más que nada por las recomendaciones de amigos y de algunos blogs, y nos sorprendió gratamente.
Veníamos, en el último tiempo, de estar en las zonas más deserticas de Perú y llegamos a un pueblo rodeado de puro verde, y en el que la leyenda cuenta que, a causa de su agua con mucho magnesio, la gente vive más (se lo conoce como El Valle De La Longevidad). Quizás debido a esto, hay mucho extranjero de la tercera edad con pinta de eternos jipis viviendo en Vilcabamba.
El primer día, nos quedamos en el hostel relajando tras el largo y conflictivo viaje. Lo negativo fue que en esa merienda se terminó mi dosis viajera de mate cocido (bastante duró igual).
Al otro día, nos fuimos hasta un mirador, al que no tenemos muy en claro si llegamos (parece que es caro poner carteles indicatorios) pero que disfrutamos caminar por los alrededores y ver el pueblo desde la altura ("Lo importante no es llegar, lo importante es el camino"... grande Rodolfito).
A la tarde, hicimos un breve paso por una reserva natural pero, como ya era tarde (a eso de las seis se hace de noche), decidimos ir al hostel a disfrutar la pileta. Claro que el Sistema siempre mete la cola.
Cuando estabamos llegando, se escuchaba fuerte un reggaetonto. "Fiesta en nuestro hostel", dijimos mientras nos reíamos irónicos, creyéndolo imposible. Sin embargo, un cartel en el ingreso nos borró las risas: "Cumpleaños de 15". De fondo, se veía niños correteándose y empujándose a la pileta con esa fatídica música como banda sonora.
Obviamente, huímos al río hasta que terminara la pantomima. Por suerte, cuando volvimos no había rastros de la fiesta.
El tercer día, nos fuimos a conocer La Cascada.
Según el muchacho de la oficina de información turística era una hora de caminata desde donde nos dejaba el taxi. Posiblemente, la escuela de turismo comparta edificio con la de Los Mentirosos De Las Boleterías o fuera de la especie "Guías de Oficina", esos que nunca salen de la misma, porque fueron unas dos horas y media. Lo bueno es que los paisajes de esa caminata son increíbles. Lo malo es que la explicación del guía fue insuficiente para llegar a La Cascada.
Durante dicha caminata se cruzan unas puertas verdes que son una especie de indicadores de que vas bien (¡un cartel te pido Vilcabamba. Yo te lo pago!). Al llegar a la cuarta había una puerta al lado de la verde que ingresa a una casa.
Nosotros, al igual que a lo largo de todo el recorrido y como nos había dicho el guía, fuimos por la verde. Mientras subíamos, del cerro de enfrente, unos trabajadores nos empezaron a gritar (esto no pasa ni en "El señor de los anillos") y a señalar que fueramos para otro lado.
Agarramos otro camino y nuevamente los gritos nos hicieron volver atrás.
Salimos de la puerta verde y nos metimos por la de al lado, que estaba con un candado, y ahí, desde enfrente nos dieron el visto bueno. Bajamos unos cinco minutos y, finalmente, llegamos a La Cascada que, a decir verdad, no es una cosa que digas "que bruto, que pedazo de cascada" pero es un buen punto final para el camino (sin contar que faltaban las dos horas de regreso).
Cuando llegamos (al final fueron unas tres horas sumando la parte que habíamos hecho en taxi a la ida y que a la vuelta la caminamos) nos gratificamos con una Pilsener helada y unos panqueques de jamón, queso y tomate (ah no, nosotros los gustos nos los damos en vida).
Al otro día, tras un breve episodio nocturno de cucarachas acechando nuestra comida, salimos para Cuenca.
"Hice un lugar en el refugio de mis sueños y guarde ahí mi tesoro mas preciado. Donde no llega el hombre con sus jaulas ni la maquinaria de la supervivencia. Me fue mas fácil, intentar la vida, que venderla al intelecto y la conformida"
("Hablando de la libertad", de La Renga)
Cuando subimos al primero de estos micros justo terminaba una película con lo que me ilusioné que iban a poner otra. Pero no. El destino a veces es muy cruel.
Nos tocó otro Conductor Que Gusta Compartir Su Música pero este parecía haber salido, o ser un nuevo negocio, de "Pizzería Los Hijos De Puta", mítico personaje de Capusotto (que entendió todo hace tiempo).
Este muchacho nos compartió a un volumen desconsiderado a una chica (que sea su hermana/mujer/intento de conquista es la única explicación cuasi entendible), posiblemente de la zona, ya que nombraba mucho a Piura, y que al parecer, a causa de un desamor, la pasó muy mal y nos quiso hacerla pasar del mismo modo a todos. Algunos de los nombres de los temas en orden de aparición (porque encima el ingrato dejó las pantallas prendidas) para que vean lo monotemático de la chica: "Ya no creo en el amor", "Olvidado corazón", "Te voy a extrañar", "Ya te olvidé" y "Estoy llorando" (creo recordar que hubo una llamada "Mi triste vida"). Si alguna vez sale a la luz mi viejo y postergado proyecto "No todo es arte", esta chica tendrá un lugar (junto a "Sharknado").
Encima, cuando vi en la pantalla el contador de temas que decía "6 de 184", mis 21 gramos se fueron por la ventanilla abierta.
Aproximadamente, en el tema 30 llegamos a Sullana. Cuando me bajé, me quedé con las ganas de decirle que lamentaba perderme los 150 restantes.
Los siguientes micros, si bien no eran de lo más cómodo, fueron bastante amenos.
El único problema surgió porque en Ecuador, a pesar de estar dolarizado, nadie te acepta billete de 100, y, claro, era lo único que teníamos. Después de pedir por varios lados y definir esperar hasta la apertura de los bancos (faltaban unas dos horas), una cajera se apiadó y nos cambió.
Llegamos a Vilcabamba sin saber muy bien con qué nos íbamos a encontrar, guiados más que nada por las recomendaciones de amigos y de algunos blogs, y nos sorprendió gratamente.
Veníamos, en el último tiempo, de estar en las zonas más deserticas de Perú y llegamos a un pueblo rodeado de puro verde, y en el que la leyenda cuenta que, a causa de su agua con mucho magnesio, la gente vive más (se lo conoce como El Valle De La Longevidad). Quizás debido a esto, hay mucho extranjero de la tercera edad con pinta de eternos jipis viviendo en Vilcabamba.
El primer día, nos quedamos en el hostel relajando tras el largo y conflictivo viaje. Lo negativo fue que en esa merienda se terminó mi dosis viajera de mate cocido (bastante duró igual).
Al otro día, nos fuimos hasta un mirador, al que no tenemos muy en claro si llegamos (parece que es caro poner carteles indicatorios) pero que disfrutamos caminar por los alrededores y ver el pueblo desde la altura ("Lo importante no es llegar, lo importante es el camino"... grande Rodolfito).
A la tarde, hicimos un breve paso por una reserva natural pero, como ya era tarde (a eso de las seis se hace de noche), decidimos ir al hostel a disfrutar la pileta. Claro que el Sistema siempre mete la cola.
Cuando estabamos llegando, se escuchaba fuerte un reggaetonto. "Fiesta en nuestro hostel", dijimos mientras nos reíamos irónicos, creyéndolo imposible. Sin embargo, un cartel en el ingreso nos borró las risas: "Cumpleaños de 15". De fondo, se veía niños correteándose y empujándose a la pileta con esa fatídica música como banda sonora.
Obviamente, huímos al río hasta que terminara la pantomima. Por suerte, cuando volvimos no había rastros de la fiesta.
El tercer día, nos fuimos a conocer La Cascada.
Según el muchacho de la oficina de información turística era una hora de caminata desde donde nos dejaba el taxi. Posiblemente, la escuela de turismo comparta edificio con la de Los Mentirosos De Las Boleterías o fuera de la especie "Guías de Oficina", esos que nunca salen de la misma, porque fueron unas dos horas y media. Lo bueno es que los paisajes de esa caminata son increíbles. Lo malo es que la explicación del guía fue insuficiente para llegar a La Cascada.
Durante dicha caminata se cruzan unas puertas verdes que son una especie de indicadores de que vas bien (¡un cartel te pido Vilcabamba. Yo te lo pago!). Al llegar a la cuarta había una puerta al lado de la verde que ingresa a una casa.
Nosotros, al igual que a lo largo de todo el recorrido y como nos había dicho el guía, fuimos por la verde. Mientras subíamos, del cerro de enfrente, unos trabajadores nos empezaron a gritar (esto no pasa ni en "El señor de los anillos") y a señalar que fueramos para otro lado.
Agarramos otro camino y nuevamente los gritos nos hicieron volver atrás.
Salimos de la puerta verde y nos metimos por la de al lado, que estaba con un candado, y ahí, desde enfrente nos dieron el visto bueno. Bajamos unos cinco minutos y, finalmente, llegamos a La Cascada que, a decir verdad, no es una cosa que digas "que bruto, que pedazo de cascada" pero es un buen punto final para el camino (sin contar que faltaban las dos horas de regreso).
Cuando llegamos (al final fueron unas tres horas sumando la parte que habíamos hecho en taxi a la ida y que a la vuelta la caminamos) nos gratificamos con una Pilsener helada y unos panqueques de jamón, queso y tomate (ah no, nosotros los gustos nos los damos en vida).
Al otro día, tras un breve episodio nocturno de cucarachas acechando nuestra comida, salimos para Cuenca.
"Hice un lugar en el refugio de mis sueños y guarde ahí mi tesoro mas preciado. Donde no llega el hombre con sus jaulas ni la maquinaria de la supervivencia. Me fue mas fácil, intentar la vida, que venderla al intelecto y la conformida"
("Hablando de la libertad", de La Renga)
miércoles, 16 de abril de 2014
Máncora, la despedida de Perú
Conseguimos pasajes en el único (o uno de los pocos) micros que sale a la mañana para Máncora desde Chiclayo. En el viaje nos pasaron Takers, entretenida película de roba bancos, el segmento reggaetontero obligatorio de casi todos los micros en el que me di cuenta que en el hit "Pajaritos en el aire" riman aire con... aire (nobel de literatura para este pibe), y "Safe Haven", una nueva porquería llena de lugares comunes.
Llegamos a la tarde a Máncora y gracias a buscar hostel que tuviera tarjeta (somos jipis bien) caímos en uno en la playa, no tan caro y que incluía desayuno (no teníamos desde Potosí).
El dueño es un suizo, ex corredor de bolsa, que pateó el tablero, se divorció, dejó el laburo y se fue a Máncora.
Como despedida de Perú no podríamos haber elegido mejor destino. Máncora es, de las playas peruanas que conocimos, la más linda. Aguas claras, semi calidas y playas tranquilas (sobre todo porque no estábamos en la céntrica), atardeceres increíbles, y un cielo limpio por las noches.
Los días ahí fueron de puro relajo, acrecentado porque el hostel nos daba unas reposeras que se convirtieron en nuestro lugar en el mundo.
El desayuno era tan completo que nos servía de almuerzo. A decir verdad, nos llevábamos los panes que nos sobraban (debo admitir que un día nos llevamos dos que dejaron los de la mesa de al lado) sumado al huevo frito que nos daban, le agregábamos tomate y palta, y listo (puede ser que no volvamos tantos kilos abajo).
Lo más estresante era intentar dialogar en "inglés" con nuestros compañeros de hostel: un danés, una canadiense y un finlandés, que la única vez que no lo vimos tomando birra fue porque había comprado una botella de ron y coca (que nos convidó amablemente un día a las dos de la tarde).
Para que la despedida fuera completa, el último día cenamos un gran ceviche (parece que acá todavía no se definen con que v/b escribirlo. Incluso, hay lugares que se describen como "Cebicherias" y en la carta ponen ceviche).
Así, nos vamos de Perú, otro país hermoso que recorrimos, en el que conocimos lugares increíbles, gente de la mejor (nuestra incursión en couchsurfing ayudó), y comimos y bebimos muy bien (la cerveza es más barata que en Bolivia).
Ahora a Ecuador, último país de este viaje.
"Nada puede salir mal. Me quiero quedar mirando el mar. Ese mar, que no te pide nada más que una simple mirada. Ese mar, que te muestra que está ahí siempre cerca y con eso me alcanza. No existe el miedo, no tiene por donde entrar"
("Voy", de No Te Va Gustar)
Llegamos a la tarde a Máncora y gracias a buscar hostel que tuviera tarjeta (somos jipis bien) caímos en uno en la playa, no tan caro y que incluía desayuno (no teníamos desde Potosí).
El dueño es un suizo, ex corredor de bolsa, que pateó el tablero, se divorció, dejó el laburo y se fue a Máncora.
Como despedida de Perú no podríamos haber elegido mejor destino. Máncora es, de las playas peruanas que conocimos, la más linda. Aguas claras, semi calidas y playas tranquilas (sobre todo porque no estábamos en la céntrica), atardeceres increíbles, y un cielo limpio por las noches.
Los días ahí fueron de puro relajo, acrecentado porque el hostel nos daba unas reposeras que se convirtieron en nuestro lugar en el mundo.
El desayuno era tan completo que nos servía de almuerzo. A decir verdad, nos llevábamos los panes que nos sobraban (debo admitir que un día nos llevamos dos que dejaron los de la mesa de al lado) sumado al huevo frito que nos daban, le agregábamos tomate y palta, y listo (puede ser que no volvamos tantos kilos abajo).
Lo más estresante era intentar dialogar en "inglés" con nuestros compañeros de hostel: un danés, una canadiense y un finlandés, que la única vez que no lo vimos tomando birra fue porque había comprado una botella de ron y coca (que nos convidó amablemente un día a las dos de la tarde).
Para que la despedida fuera completa, el último día cenamos un gran ceviche (parece que acá todavía no se definen con que v/b escribirlo. Incluso, hay lugares que se describen como "Cebicherias" y en la carta ponen ceviche).
Así, nos vamos de Perú, otro país hermoso que recorrimos, en el que conocimos lugares increíbles, gente de la mejor (nuestra incursión en couchsurfing ayudó), y comimos y bebimos muy bien (la cerveza es más barata que en Bolivia).
Ahora a Ecuador, último país de este viaje.
"Nada puede salir mal. Me quiero quedar mirando el mar. Ese mar, que no te pide nada más que una simple mirada. Ese mar, que te muestra que está ahí siempre cerca y con eso me alcanza. No existe el miedo, no tiene por donde entrar"
("Voy", de No Te Va Gustar)
lunes, 14 de abril de 2014
Chiclayo y sus comodidades
Con un poco de suerte llegamos desde Huanchaco a la terminal que nos llevaba a Chiclayo (contar sólo con las indicaciones de uno de los Jipis del Hostel de los Jipis no es lo mejor). Además, Perú tiene la característica de no tener una sola terminal, sino que cada empresa tiene la suya (muy bien pensado para el viajante, como se imaginarán). Otra característica es que le llaman cama al semicama (aunque más que una característica es otra burda mentira de Los Mentirosos De Las Boleterías).
Llegamos a Chiclayo y la primera impresión (y creo que la última también) es que es una (otra) ciudad caótica. En un experimento (con bases muy científicas) que hice, comprobé que no pasan más de cuatro segundos sin que suene una bocina. Esto se debe, en gran parte, a que los taxis no tienen cartel de libre, sino que le tocan bocina a cada persona que se cruzan (un sistema muy inteligente). Incluso, en algunas ciudades se está intentando imponer multas al abuso de bocina.
El primer día en Chiclayo desacansamos nomás.
Al siguiente, a la mañana nos fuimos para el museo de El Señor De Sipán, un líder de los Moche, cuya tumba fue encontrada intacta, con todo su séquito y ofrendas.
El museo muestra una gran cantidad de los objetos encontrados, los restos de El Señor (ya lo tuteo), los restos de otro líder de 300 años antes bautizado El Viejo Señor de Sipán, junto también a su séquito y ofrendas, además de dar un buen paneo de la cultura Moche. Muy recomendable.
Al mediodía, nos fuimos al mercado de Lambayeque (el museo queda en esta ciudad, a diez minutos de Chiclayo) y comimos un cabrito espectacular (este mercado es de los mejores en los que estuvimos).
A la tarde, fuimos a Pimentel, una playa cercana a Lambayeque (¿Por qué no pararon en Lambayeque se preguntarán? La verdad, no sabemos). Igual, como ciudad es más linda Chiclayo, y Pimentel no es una playa que va a aparecer en los lugares que hay que conocer antes de morir.
Al otro día, luego de un paseo por algunas terminales (¡Qué sistema cómodo, che!) decidimos irnos a Máncora, nuestro último destino en Perú.
"Voy a desconectarme por un rato y dejar que a mi destino lo maneje la suerte"
("No tengo ganas", de Intoxicados)
Llegamos a Chiclayo y la primera impresión (y creo que la última también) es que es una (otra) ciudad caótica. En un experimento (con bases muy científicas) que hice, comprobé que no pasan más de cuatro segundos sin que suene una bocina. Esto se debe, en gran parte, a que los taxis no tienen cartel de libre, sino que le tocan bocina a cada persona que se cruzan (un sistema muy inteligente). Incluso, en algunas ciudades se está intentando imponer multas al abuso de bocina.
El primer día en Chiclayo desacansamos nomás.
Al siguiente, a la mañana nos fuimos para el museo de El Señor De Sipán, un líder de los Moche, cuya tumba fue encontrada intacta, con todo su séquito y ofrendas.
El museo muestra una gran cantidad de los objetos encontrados, los restos de El Señor (ya lo tuteo), los restos de otro líder de 300 años antes bautizado El Viejo Señor de Sipán, junto también a su séquito y ofrendas, además de dar un buen paneo de la cultura Moche. Muy recomendable.
Al mediodía, nos fuimos al mercado de Lambayeque (el museo queda en esta ciudad, a diez minutos de Chiclayo) y comimos un cabrito espectacular (este mercado es de los mejores en los que estuvimos).
A la tarde, fuimos a Pimentel, una playa cercana a Lambayeque (¿Por qué no pararon en Lambayeque se preguntarán? La verdad, no sabemos). Igual, como ciudad es más linda Chiclayo, y Pimentel no es una playa que va a aparecer en los lugares que hay que conocer antes de morir.
Al otro día, luego de un paseo por algunas terminales (¡Qué sistema cómodo, che!) decidimos irnos a Máncora, nuestro último destino en Perú.
"Voy a desconectarme por un rato y dejar que a mi destino lo maneje la suerte"
("No tengo ganas", de Intoxicados)
viernes, 11 de abril de 2014
Huanchaco y el hostel de los jipis
Ningún micro va directo a Huanchaco. Hay que pasar obligatoriamente por Trujillo. Así que de Lima nos fuimos para allá con Ittsa, buena empresa que imita el servicio de los aviones (presenta a la tripulación y las mochilas se retiran adentro de la terminal, no en la plataforma) aunque la comida deja mucho que desear. Llegamos a la madrugada y nos tomamos un colectivo de línea a Huanchaco, a hora pico y con todos nuestros bártulos, con lo que no nos ganamos el cariño de la gente.
En Huanchaco, íbamos a hacer Couchsurfing pero por un tema de comodidad decidimos quedarnos en un hostel frente a la playa (además era muy barato). Igual, estamos muy agradecidos con Armando, escritor y conductor de un programa de televisión regional, que nos abrió las puertas de su casa.
El primer día, alquilamos una sombrilla y reposeras, y nos la pasamos (la mayoría del tiempo durmiendo) en la playa.
Las playas de Huanchaco no son gran cosa. Su mayor encanto es para los que gusten del surf, ya que tienen muy buenas olas y, debido al frío del agua, el mar prácticamente para ellos.
El segundo día optamos por aprender "un cacho de cultura". A la mañana nos fuimos a Chan Chan, ciudad de los Chimú, civilización pre-inca, y dominada por los mismos, en la que se puede apreciar las estructuras y adornos arquitectónicos, pero todo demasiado retocado por los restauradores, al punto que parece a estrenar.
A la tarde, después de un almuerzo arriesgado en el Mercado Mayorista (sudado de pescado, rico pero arriesgado), nos fuimos a las Huacas del Sol y la Luna (en realidad se puede ver sólo la de la Luna), y su museo.
Ésta es un templo de la sociedad Moche (pre-Chimú y, por lo tanto, pre-Inca), y debido a su conservación (se encontraron tapadas de arena, como una especie de cerro, y todavía la mayor parte de la estructura está bajo tierra) y que no fueron restauradas sino reacondicionadas, se pueden ver las construcciones con sus formas y colores originales perfectamente conservados.
Una de las características de los Moche es que sus artesanos tenían estatus alto dentro de la sociedad. Posiblemente debido a esto, sus trabajos encontrados (ídolos, jarros, cuencos, etc) son los mejores que vimos hasta ahora.
En el hostel que parábamos, nuestro viaje, éste que les parece tan largo a algunos, era el más corto. Había cinco parejas: una de unos argentinos que piensan ir hasta Alaska en camioneta y piensan estar tres años de viaje (llevan siete meses); otros argentinos haciendo algo similar en jeep; un peruano y una argentina, con un pato (recientemente fallecido) como mascota, que están viajando hace años haciendo malabares; otros peruanos, estos con un ratón de mascota, que también viajaban haciendo malabares; y un peruano y una mexicana que se conocieron hace un año en Huanchaco, se fueron a Ecuador, Colombia y Venezuela, y ahora estaban viendo si iban a Brasil. ¿Nos habrán convencido de seguir? ¿Quién lo sabe?
Próximo destino: Chiclayo.
("Da para más que desear el confort teniendo un control,
no quiero terminar así. Caminar, sólo andar buscando lo que me hace bien, el lastre vamos a despedir. ¿Quién nos puede decir qué es lo correcto?, para salir del tedio destapa algún sueño")
("Cuando podrás amar", de Las Pelotas)
En Huanchaco, íbamos a hacer Couchsurfing pero por un tema de comodidad decidimos quedarnos en un hostel frente a la playa (además era muy barato). Igual, estamos muy agradecidos con Armando, escritor y conductor de un programa de televisión regional, que nos abrió las puertas de su casa.
El primer día, alquilamos una sombrilla y reposeras, y nos la pasamos (la mayoría del tiempo durmiendo) en la playa.
Las playas de Huanchaco no son gran cosa. Su mayor encanto es para los que gusten del surf, ya que tienen muy buenas olas y, debido al frío del agua, el mar prácticamente para ellos.
El segundo día optamos por aprender "un cacho de cultura". A la mañana nos fuimos a Chan Chan, ciudad de los Chimú, civilización pre-inca, y dominada por los mismos, en la que se puede apreciar las estructuras y adornos arquitectónicos, pero todo demasiado retocado por los restauradores, al punto que parece a estrenar.
A la tarde, después de un almuerzo arriesgado en el Mercado Mayorista (sudado de pescado, rico pero arriesgado), nos fuimos a las Huacas del Sol y la Luna (en realidad se puede ver sólo la de la Luna), y su museo.
Ésta es un templo de la sociedad Moche (pre-Chimú y, por lo tanto, pre-Inca), y debido a su conservación (se encontraron tapadas de arena, como una especie de cerro, y todavía la mayor parte de la estructura está bajo tierra) y que no fueron restauradas sino reacondicionadas, se pueden ver las construcciones con sus formas y colores originales perfectamente conservados.
Una de las características de los Moche es que sus artesanos tenían estatus alto dentro de la sociedad. Posiblemente debido a esto, sus trabajos encontrados (ídolos, jarros, cuencos, etc) son los mejores que vimos hasta ahora.
En el hostel que parábamos, nuestro viaje, éste que les parece tan largo a algunos, era el más corto. Había cinco parejas: una de unos argentinos que piensan ir hasta Alaska en camioneta y piensan estar tres años de viaje (llevan siete meses); otros argentinos haciendo algo similar en jeep; un peruano y una argentina, con un pato (recientemente fallecido) como mascota, que están viajando hace años haciendo malabares; otros peruanos, estos con un ratón de mascota, que también viajaban haciendo malabares; y un peruano y una mexicana que se conocieron hace un año en Huanchaco, se fueron a Ecuador, Colombia y Venezuela, y ahora estaban viendo si iban a Brasil. ¿Nos habrán convencido de seguir? ¿Quién lo sabe?
Próximo destino: Chiclayo.
("Da para más que desear el confort teniendo un control,
no quiero terminar así. Caminar, sólo andar buscando lo que me hace bien, el lastre vamos a despedir. ¿Quién nos puede decir qué es lo correcto?, para salir del tedio destapa algún sueño")
("Cuando podrás amar", de Las Pelotas)
martes, 8 de abril de 2014
Lima y mi regreso al fútbol
Luego de perdernos un poco por las calles de Lima, nos encontramos con Henry a unas cuadras de su departamento. Nos llevó a su casa y después de charlar un rato, se fue a trabajar. Más tarde volvió a buscarnos para llevarnos a conocer la noche de Lima (al parecer, le gusta bastante dicho momento del día). Para ese entonces, se nos había unido Yuki, un japonés que también se estaba quedando en lo de Henry.
Esa noche, en un raid de unas horas, conocimos el barrio Miraflores, una especie de Palermo Limeño, aunque con el plusvalor de una gran vista del mar.
De ahí nos fuimos a Surco, donde en una plaza se festejaba la vendimia con puestos que vendían vino a buen precio. Tomamos un borgoña muy bueno y probamos la Chaufanita, un plato de estos pagos bastante rico. Además, tocaba Libido, una de las bandas más importantes de Perú, de la que pudimos ver algunos temas.
Y por último fuimos a un bar, nuevamente en Miraflores, a la despedida de Kota, otro japonés amigo de Henry que después de trabajar un año en Perú se volvía para Japón y al que, aunque se autodefinía como tímido, le gustaba mostrar el torso en las fotos.
Al otro día, Henry nos llevó a conocer el centro de Lima, donde conocimos un parque muy lindo, pasamos por la Plaza Principal, en la que, como de costumbre, está la casa de Gobierno y la catedral, y una fuente donde una vez al año sale pisco gratis para todos (¿cuándo una fuente de fernet en Buenos Aires?).
A la tarde, después de conseguir yerba (la más cara de la historia) nos fuimos a conocer Barranco, el barrio bohemio de Lima, y el que más nos gustó.
Ahí, vimos un gran atardecer (quizás por vivir entre edificios, cualquier atardecer me parece grandioso) y, cumpliendo con el lugar común del argentino viajero, le hicimos probar, con resultado satisfactorio, el mate a Henry.
Claro que pasear un sábado por el barrio bohemio me hacía recordar el hermoso Villa Crespo, donde, me enteré después, mi Bohemio estaba liquidando 2-0 a Colegiales.
Esa noche, La Patrona le enseñó a cocinar pastas a Henry, nos tomamos un vino de Perú muy bueno, y nos fuimos a dormir temprano porque al otro día me había invitado a un triangular de fútbol con sus amigos.
Luego de una hora y media de viaje aproximadamente (tienen una especie de macribus mejor preparado) llegamos a la cancha en el norte de Lima. Ésta era de tierra, de siete (jugamos de seis) y bajo el fuerte sol del mediodía, lo que hacía que mi regreso al fútbol, tras casi seis meses de inactividad no fuera en las condiciones acostumbradas. También se puede decir que las condiciones acostumbradas, después de tanto tiempo de inactividad, son detrás de un joystick.
El fútbol lo organiza un tipo de unos sesenta años, que además juega, y una de las condiciones es ser mayor de treinta para poder participar. Se ponen seis soles cada uno, uno para la cancha y cinco para el pozo que se llevan los ganadores. Los equipos se arman a la vieja usanza: sorteo entre los tres capitanes y cada uno va eligiendo en orden. Para no atentar contra la moral de los jugadores, la elección se hace en secreto entre los capitanes.
Cuando llegamos, Henry me había advertido: "El equipo que tenga a El Arquero es el de más probabilidades de campeonar". Finalmente, no me tocó ni con Henry, ni con El Arquero. Es más, éramos un equipo de rejunte que nos presentamos entre nosotros recién en la cancha.
En el primer partido, el equipo de El Arquero le dio vuelta el partido al de Henry.
En el segundo turno, nosotros superamos claramente al equipo de Henry (4-2), a pesar de que nuestro arquero le regaló un gol a su hermano para poner más interesante el partido, cuando íbamos 2-0.
Con dichos resultados, la final era entre el equipo de El Arquero y nosotros.
Un minuto nos llevó abrirles el marcador.
Sacamos del medio, recibió nuestro defensa (trabaja en seguridad, que ironía) al que le pico al vacío, me da un pase exacto, y, con la sutileza que me caracteriza, defino al primer palo. El que pega primero...
Después manejamos la pelota, hasta que un error de El Arquero decretó el 2-0. En el olvido quedará un gol increíble que me perdí en el final. El batacazo estaba dado. Como el Maracanazo de Uruguay o aquel equipo Bohemio de titanes que una pascua goleo 1-0 a River en Liniers. Campeones. A tomar birra, un cajoncito para festejar. Ah y, por primera vez en mi vida, gané plata por jugar al fútbol, ¿ya se me considera profesional?.
Para cerrar el fin de semana futbolístico perfecto, cuando llegamos al departamento, nos enteramos que mientras yo desplegaba mi magia, Él le hacía tres al Real Madrid, además de una asistencia magnífica, y se metía nuevamente en la pelea por el título. Claro que, al ver el resumen de dicho partido, advertí lo poco que tenía que ver lo que habíamos estado haciendo nosotros en una cancha, con el deporte ese llamado fútbol.
Al otro día, nos fuimos para Huanchaco, y, como Henry nos hizo sentir como en casa, nos llevamos la llave (alguna vez la devolveremos).
"Perdí noción del tiempo y el lugar. No sé ni donde tengo la nariz. Será que las cosas no vuelven al mismo lugar"
("Algún lugar encontraré", de Andrés Calamaro)
Esa noche, en un raid de unas horas, conocimos el barrio Miraflores, una especie de Palermo Limeño, aunque con el plusvalor de una gran vista del mar.
De ahí nos fuimos a Surco, donde en una plaza se festejaba la vendimia con puestos que vendían vino a buen precio. Tomamos un borgoña muy bueno y probamos la Chaufanita, un plato de estos pagos bastante rico. Además, tocaba Libido, una de las bandas más importantes de Perú, de la que pudimos ver algunos temas.
Y por último fuimos a un bar, nuevamente en Miraflores, a la despedida de Kota, otro japonés amigo de Henry que después de trabajar un año en Perú se volvía para Japón y al que, aunque se autodefinía como tímido, le gustaba mostrar el torso en las fotos.
Al otro día, Henry nos llevó a conocer el centro de Lima, donde conocimos un parque muy lindo, pasamos por la Plaza Principal, en la que, como de costumbre, está la casa de Gobierno y la catedral, y una fuente donde una vez al año sale pisco gratis para todos (¿cuándo una fuente de fernet en Buenos Aires?).
A la tarde, después de conseguir yerba (la más cara de la historia) nos fuimos a conocer Barranco, el barrio bohemio de Lima, y el que más nos gustó.
Ahí, vimos un gran atardecer (quizás por vivir entre edificios, cualquier atardecer me parece grandioso) y, cumpliendo con el lugar común del argentino viajero, le hicimos probar, con resultado satisfactorio, el mate a Henry.
Claro que pasear un sábado por el barrio bohemio me hacía recordar el hermoso Villa Crespo, donde, me enteré después, mi Bohemio estaba liquidando 2-0 a Colegiales.
Esa noche, La Patrona le enseñó a cocinar pastas a Henry, nos tomamos un vino de Perú muy bueno, y nos fuimos a dormir temprano porque al otro día me había invitado a un triangular de fútbol con sus amigos.
Luego de una hora y media de viaje aproximadamente (tienen una especie de macribus mejor preparado) llegamos a la cancha en el norte de Lima. Ésta era de tierra, de siete (jugamos de seis) y bajo el fuerte sol del mediodía, lo que hacía que mi regreso al fútbol, tras casi seis meses de inactividad no fuera en las condiciones acostumbradas. También se puede decir que las condiciones acostumbradas, después de tanto tiempo de inactividad, son detrás de un joystick.
El fútbol lo organiza un tipo de unos sesenta años, que además juega, y una de las condiciones es ser mayor de treinta para poder participar. Se ponen seis soles cada uno, uno para la cancha y cinco para el pozo que se llevan los ganadores. Los equipos se arman a la vieja usanza: sorteo entre los tres capitanes y cada uno va eligiendo en orden. Para no atentar contra la moral de los jugadores, la elección se hace en secreto entre los capitanes.
Cuando llegamos, Henry me había advertido: "El equipo que tenga a El Arquero es el de más probabilidades de campeonar". Finalmente, no me tocó ni con Henry, ni con El Arquero. Es más, éramos un equipo de rejunte que nos presentamos entre nosotros recién en la cancha.
En el primer partido, el equipo de El Arquero le dio vuelta el partido al de Henry.
En el segundo turno, nosotros superamos claramente al equipo de Henry (4-2), a pesar de que nuestro arquero le regaló un gol a su hermano para poner más interesante el partido, cuando íbamos 2-0.
Con dichos resultados, la final era entre el equipo de El Arquero y nosotros.
Un minuto nos llevó abrirles el marcador.
Sacamos del medio, recibió nuestro defensa (trabaja en seguridad, que ironía) al que le pico al vacío, me da un pase exacto, y, con la sutileza que me caracteriza, defino al primer palo. El que pega primero...
Después manejamos la pelota, hasta que un error de El Arquero decretó el 2-0. En el olvido quedará un gol increíble que me perdí en el final. El batacazo estaba dado. Como el Maracanazo de Uruguay o aquel equipo Bohemio de titanes que una pascua goleo 1-0 a River en Liniers. Campeones. A tomar birra, un cajoncito para festejar. Ah y, por primera vez en mi vida, gané plata por jugar al fútbol, ¿ya se me considera profesional?.
Para cerrar el fin de semana futbolístico perfecto, cuando llegamos al departamento, nos enteramos que mientras yo desplegaba mi magia, Él le hacía tres al Real Madrid, además de una asistencia magnífica, y se metía nuevamente en la pelea por el título. Claro que, al ver el resumen de dicho partido, advertí lo poco que tenía que ver lo que habíamos estado haciendo nosotros en una cancha, con el deporte ese llamado fútbol.
Al otro día, nos fuimos para Huanchaco, y, como Henry nos hizo sentir como en casa, nos llevamos la llave (alguna vez la devolveremos).
"Perdí noción del tiempo y el lugar. No sé ni donde tengo la nariz. Será que las cosas no vuelven al mismo lugar"
("Algún lugar encontraré", de Andrés Calamaro)
sábado, 5 de abril de 2014
Paracas y la reunión antisistema(s)
De Ica a Paracas hay un solo micro que va directo ("Cruz Del Sur"). Hay otra opción que es más compleja pero más barata ("Soyuz" + dos colectivos). Nosotros fuimos en "Cruz Del Sur". Para nuestra sorpresa, a pesar de que el viaje es de solo una hora y que arrancamos a las 14, nos dieron de comer (bastante bien). Así que en una hora logré quizás un récord: Comí y me dormí. Gran viaje.
En Paracas íbamos a tener nuestra segunda incursión en Couchsurfing.
Nos encontramos con quién nos iba a alojar, que nos llevó a una casa en el fondo de un hotel en funcionamiento pero que, a la vez, todavía está en construcción.
En dicha casa, e incluso en lo que iba a ser nuestra habitación, no paraba de entrar y pasar gente (a mí entender, algunos atraídos por el pequeño short de jean de La Patrona). Y nadie nos decía nada.
Finalmente, quizás por porteños desconfiados, quizás "mal acostumbrados" por nuestra primera experiencia en Couch, pero más que nada para ganar en tranquilidad, nos fuimos a un hostel.
Nos decidimos por uno, principalmente, porque tenía intercambio de libros (y tarjeta), así que pudimos actualizar nuestra pequeña biblioteca andante.
Lo más importante de Paracas es que, después de tanto viaje, finalmente, llegamos al mar.Y sonará repetitivo, pero llegamos justo para el atardecer (y con nuestra última dosis de mate).
Además, en el hostel compartimos unas charlas interesantes, donde el factor común fue lo equivocados que vivimos con respecto al trabajo (estaba en mi salsa) con dos argentinos de unos 40 años que dejaron todo para viajar un año por América, un español que pidió tres años de licencia en su trabajo, dio la vuelta al mundo, y cuando volvió les dijo: "ustedes no me quieren acá y yo tampoco quiero estar. Arreglemos", y ahora sigue viajando; y una pareja, él español (y un renegado de sistemas) y ella francesa, que vivían en Bélgica y se fueron a vivir a Lima.
Para el tema, vale citar nuevamente a Wankar Reynaga y su "TawaIntiSuyu": "El esclavo moderno, computarizado o no, con o sin corbata, no tiene cadenas de hierro en muñecas, tobillos, cuello. No las necesita. Las cadenas están más adentro, se han internalizado, están en su corazón, en su mente. Él es su propio policía carcelero".
Después de otro día de playa, decidimos irnos para Lima, donde nos espera Henry y una nueva experiencia en Couchsurfing.
"Sientes que te está consumiendo, y cada vez son más los intentos por salir a otro lugar donde te puedas refugiar. Y es esa voz que está en tu cabeza, y no manejas lo que piensas"
("La Voz En Tu Cabeza", de Nonpalidece)
En Paracas íbamos a tener nuestra segunda incursión en Couchsurfing.
Nos encontramos con quién nos iba a alojar, que nos llevó a una casa en el fondo de un hotel en funcionamiento pero que, a la vez, todavía está en construcción.
En dicha casa, e incluso en lo que iba a ser nuestra habitación, no paraba de entrar y pasar gente (a mí entender, algunos atraídos por el pequeño short de jean de La Patrona). Y nadie nos decía nada.
Finalmente, quizás por porteños desconfiados, quizás "mal acostumbrados" por nuestra primera experiencia en Couch, pero más que nada para ganar en tranquilidad, nos fuimos a un hostel.
Nos decidimos por uno, principalmente, porque tenía intercambio de libros (y tarjeta), así que pudimos actualizar nuestra pequeña biblioteca andante.
Lo más importante de Paracas es que, después de tanto viaje, finalmente, llegamos al mar.Y sonará repetitivo, pero llegamos justo para el atardecer (y con nuestra última dosis de mate).
Además, en el hostel compartimos unas charlas interesantes, donde el factor común fue lo equivocados que vivimos con respecto al trabajo (estaba en mi salsa) con dos argentinos de unos 40 años que dejaron todo para viajar un año por América, un español que pidió tres años de licencia en su trabajo, dio la vuelta al mundo, y cuando volvió les dijo: "ustedes no me quieren acá y yo tampoco quiero estar. Arreglemos", y ahora sigue viajando; y una pareja, él español (y un renegado de sistemas) y ella francesa, que vivían en Bélgica y se fueron a vivir a Lima.
Para el tema, vale citar nuevamente a Wankar Reynaga y su "TawaIntiSuyu": "El esclavo moderno, computarizado o no, con o sin corbata, no tiene cadenas de hierro en muñecas, tobillos, cuello. No las necesita. Las cadenas están más adentro, se han internalizado, están en su corazón, en su mente. Él es su propio policía carcelero".
Después de otro día de playa, decidimos irnos para Lima, donde nos espera Henry y una nueva experiencia en Couchsurfing.
"Sientes que te está consumiendo, y cada vez son más los intentos por salir a otro lugar donde te puedas refugiar. Y es esa voz que está en tu cabeza, y no manejas lo que piensas"
("La Voz En Tu Cabeza", de Nonpalidece)
miércoles, 2 de abril de 2014
Huacachina, el oasis de Perú
Lo de Huacachina es un poco inexplicable. El lugar queda a unos diez minutos desde Ica. Se pasa en un instante de estar en una ciudad bastante caótica (por acá el tránsito hace que casi toda ciudad sea así, sobre todo por las mototaxis y sus propias reglas) a un pequeño pueblito de dos por dos (literalmente hay dos cuadras para cada lado y con pocas chances de que se construya más) que rodea un oasis. El pueblo está encerrado entre enormes dunas, con lo que de repente estás aislado por completo. Hay solo tres calles y, por lo tanto, muy poco tránsito, aunque es cierto que gran parte de este son unos buggys bastante ruidosos y que tienen su hora pico a las cuatro de la tarde.
Huacachina parece estar creada y dedicada por completo al turismo. Solo se encuentran alojamientos (cada uno con su pileta), bares, restaurantes, agencias de turismo y algunos almacenes. Aparentemente, nadie vive ahí.
En los días que estuvimos (dos nomás) aprovechamos para relajarnos (el stress de viajar, viste) en la hermosa pileta de nuestro hotel (para los que dicen que sólo paramos en pocilgas). La única contra fueron unos Compañeros Amantes Del Dance que musicalizaron (bah pusieron esa sucesión de sonidos) nuestra tarde. Cuando al otro día intentaron hacer lo mismo, La Patrona, como en aquél atardecer en Uyuni, se las hizo cambiar.
El máximo esfuerzo (no fuimos a los buggys, ni a hacer sandboard) fue subir a una gran duna (no es tarea fácil, ¡eh!) para ver el atardecer en el desierto, uno de los mejores que vimos, a pesar de que el viento y la arena nos jugaron una mala pasada (creo que todavía tengo en mí arena de Huacachina).
Próximo destino: Paracas.
"People say I'm crazy doing what I'm doing
Well they give me all kinds of warnings to save me from ruin
When I say that I'm o.k. well they look at me kind of strange
'Surely you're not happy now you no longer play the game'"
("Watching The Wheels", de John Lennon)
Huacachina parece estar creada y dedicada por completo al turismo. Solo se encuentran alojamientos (cada uno con su pileta), bares, restaurantes, agencias de turismo y algunos almacenes. Aparentemente, nadie vive ahí.
En los días que estuvimos (dos nomás) aprovechamos para relajarnos (el stress de viajar, viste) en la hermosa pileta de nuestro hotel (para los que dicen que sólo paramos en pocilgas). La única contra fueron unos Compañeros Amantes Del Dance que musicalizaron (bah pusieron esa sucesión de sonidos) nuestra tarde. Cuando al otro día intentaron hacer lo mismo, La Patrona, como en aquél atardecer en Uyuni, se las hizo cambiar.
El máximo esfuerzo (no fuimos a los buggys, ni a hacer sandboard) fue subir a una gran duna (no es tarea fácil, ¡eh!) para ver el atardecer en el desierto, uno de los mejores que vimos, a pesar de que el viento y la arena nos jugaron una mala pasada (creo que todavía tengo en mí arena de Huacachina).
Próximo destino: Paracas.
"People say I'm crazy doing what I'm doing
Well they give me all kinds of warnings to save me from ruin
When I say that I'm o.k. well they look at me kind of strange
'Surely you're not happy now you no longer play the game'"
("Watching The Wheels", de John Lennon)
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