Como una
jugada maestra de El Sistema, como una demostración de que sólo nos dejó
escapar por un tiempo (tiempito, si uno lo pone realmente en perspectiva), el
destino quiso que nuestro regreso arrancara un lunes y, por lo tanto, que el
último día del viaje fuera domingo. Para que recordemos la existencia de
aquella olvidada angustia dominical. ¡Oh, cruel sistema!
Ese lunes,
nos fuimos temprano hacia la terminal ya que, supuestamente, a las nueve salía
un micro directo a Guayaquil. Por suerte, no habíamos sacado pasajes, ya que a
las nueve y veinte no solo no había micro, sino que la oficina todavía estaba
cerrada. Gracias a La Chica Que Vende Comida En La Terminal, nos enteramos que
ese micro no salía (muy serio todo), así que nos tomamos uno a Ambato, desde
donde salen a cada rato para Guayaquil. Obviaron decirnos que nos dejaban en
una rotonda y no en la terminal desde donde salen, pero ya a esta altura es
anecdótico.
Tras esperar
un rato nos subimos a un micro lleno, al punto que una española viajó sentada
en una banqueta durante cuarenta minutos, hasta que se quejó y la dejaron
sentarse con los conductores.
En este
viaje, fue en el primero (y único) en el que cumplieron con “Cine sobre ruedas”,
un interesante proyecto para promocionar el cine nacional, por el que en todos
los micros interprovinciales deben pasar películas Ecuatorianas. La única
contra es que nos pasaron una de principios de los ochenta (“Dos para el camino”),
de esas que una de las figuras principales aprovechaba para cantar en el medio
y con un humor bastante básico, pero al parecer un clásico de por allá.
Cuando
hicimos la primera parada para comer y demás, noté que mi compañero de asiento
se quedaba cerca de la bodega del micro, y al acercarme vi que había varias jaulas
con perros dormidos.
Siete horas
después, cuando estábamos entrando a Guayaquil, mi compañero levantó su mochila
y vi que abajo del asiento tenía otra jaula con más perros dormidos,
seguramente con alguna pastela ya que no hicieron ruido en todo el viaje.
Antes de
bajarse, uno de sus acompañantes recibió un llamado al que contestó: “Esperame
abajo del puente”. A los minutos, el micro paró bajo un puente y los tres se
bajaron con las jaulas. Turbio, por lo menos.
Al llegar a
Guayaquil, averiguamos de algún micro que fuera para Lima pero el único que
conseguimos salía al otro día, así que, previo llamado, nos fuimos a lo de
Jorge, el couch de nuestro paso previo.
Esa noche,
nos fuimos los tres al cine. Como si no hubiéramos tenido suficiente religión
en el viaje, decidimos ver “Noé”, atraídos por la versión en 3D y su director,
el rebuscado Darren Aronofsky.
Pero, El Sistema tenía que aparecer y la única versión que daban era doblada
(ese flagelo).
Lo
interesante de la película, además del 3D que es impecable, es que se centra en
la psicología de Noé, en la locura que le genera, mostrándolo por momentos como
un fanático enceguecido, saber que va a dejar morir a millones de personas, pero
que a la vez se siente obligado a hacerlo.
Después de
la película, nos quedamos tomando unas cervezas (nos habían quedado pendientes de
la pasada anterior), escuchando música (con Fito como artista principal), y
tocando la guitarra hasta altas horas.
Al otro día,
arrancamos para Lima. Éste viaje (son unas 27 horas) fue casi un cine
continuado, lo que lo hizo muy ameno. Cuando estábamos llegando, nos
comunicamos con Henry, que también nos volvió a alojar amablemente.
Mientras esperábamos
en la terminal para arreglar nuestro viaje de Lima a Buenos Aires, recibí un
mensaje de Gerchi, uno de los doce apóstoles (¿me convencieron?) de mi grupo de
amigos del barrio, que me decía que estaba en Lima (igual, somos doce. Todavía
no tenemos un Jesús, aunque sí un carpintero). Así que, esa noche, nos fuimos
con Henry para lo de Gerchi. Llegamos justo para ver como San Lorenzo ganaba
por penales y pasaba a cuartos de la Copa Libertadores. Parecía que en este tiempo
el mundo había cambiado. San Lorenzo peleando la Copa Libertadores y Gimnasia
de La Plata puntero del campeonato, ¿estábamos realmente en nuestro universo o de tanto viaje nos habíamos pasado a un universo paralelo?
Esa noche,
comimos una Pizza Hut, de la que puedo confirmar que no está al nivel de las
nuestras, mientras tomamos un vino argentino que llevó Henry, como para que
empecemos a sentir el sabor de la vuelta.
Al día
siguiente, aprovechamos para descansar y estar lo máximo posible en posición
horizontal, ya que solo habíamos conseguido un micro Semi Cama, y, en los
próximos tres días, dicha posición iba a quedar en el olvido.
Al subir al
micro, en vez de recibir una bienvenida, nos dieron una catarata de órdenes y
restricciones, entre las cuales la que más se repetía era que el baño era sólo
para uso urinario. Cuando vimos a quien hablaba, entendimos por qué tantas
órdenes. Su bigote delataba un cierto aprecio por las prácticas represivas.
El viaje,
contra todo lo que temíamos, fue muy llevadero y se pasó bastante rápido. Fue
como convertirse por tres días en las personas del mundo al que va Wall-E en busca de Eva: nuestra
(casi) única ocupación era mirar la pantalla para pasar el tiempo. Claro que
los momentos más duros fueron por la noche. La primera se pasó tranquila, pero
las otras dos ya no sabía cómo ponerme para dormir. Encima, la segunda no
prendieron la calefacción, y cuando llegamos a la altura (unos 4000 metros) en
plena noche, el frío se hizo insoportable. Por suerte, en un momento pasó uno
de los choferes y La Patrona, semi dormida, le rogó que la prendan.
Estas
incomodidades ayudaron a que, en un viaje del que no había muchas ganas de
volver, de repente, necesitáramos llegar. Y un día llegamos.
Claro que El
Sistema volvió a intentar hacerse presente de formar perversa y logró que el
día de nuestra llegada también fuera un domingo. Lo que no tuvo en cuenta es
que en mi nueva condición de desempleado, el domingo no es tan (tampoco voy a
hacerme el superado) terrible, y menos si justo ese día All Boys desciende (¡Qué
bien me recibió Floresta!).
¿Y ahora? ¿Cómo
se sigue después de un viaje así? ¿Cómo se vuelve a la vida “normal” y, sobre
todo, sedentaria?
Lo bueno es
que en este viaje volví a confirmar que, a pesar de haber conocido tantos
lugares increíbles, por varios motivos (familia, amigos, El Bohemio, Otra
Vuelta y que es una ciudad increíble, por decir algunos) sigo eligiendo Buenos
Aires como lugar para vivir. Al menos por ahora. Diría Borges: “¿Quiere todo
esto decir que, más allá de mi voluntad y de mi conciencia, soy
irreparablemente, incomprensiblemente porteño?” (“Los
Sueños”).
Pero
también, me convencí de que Bradbury tenía razón en el cuento que bautizó este
blog, que uno puede vivir feliz, perfecta y tranquilamente ajeno a lo que
muchos consideran “El Mundo”. Y ser consciente de eso, cambia todo, es empezar
otro viaje (ojo Claudio María Domínguez que voy por vos). Veremos que pasa…
"Él le llamó aceptación a ese llanto sin consuelo, y desde ahí transformó la rigidez del miedo, cruel y paralizador en impulso motor. Él le llamó plenitud a esa risa a carcajada y desde ahí la virtud de vivir libre o nada creció como un alud. Eligió ver la luz."
("Hasta acá nos ayudó dios", de Las Pastillas Del Abuelo)